Opinión | Viento fresco
Sobrevivir a junio
Junio es una chica con pamela, un examen de Selectividad, planes para el verano oficial (julio y agosto) y nueva vida para las bermudas

Vista de la playa de Torreblanca en Fuengirola, llena: junio en esplendor / Jorge Zapata (EFE)
De repente la calor. Ya. Sin vuelta atrás. Uno rebusca las camisas de lino, desempolva las bermudas, amnistía a las camisetas y abdica de cierta pretensión de elegancia. Se impone enseñar carne para no asarse. Es una brusca bajada a la realidad. «Quien vive en las nubes está a merced del viento», nos tiene dicho Benjamín Prado. No sé si la frase me gusta o disgusta, si la entiendo, si vivo en las nubes y si estar a merced del viento es síntoma de ser un veleta sin criterio o de ser alguien sabio que se deja llevar por tan fresquito conductor, el viento. No hay ninguno ahora, ningún viento, y en mi escritorio solo entra por la ventana rumor de turisteo, calor y si acaso un verso de Pablo Baena, que es el que mejor ha glosado a junio y al que hay que leer en enero.
A mí me gustaría, como a Baena, exprimir en siestas los ramos y frutos fecundos de este mes pero me conformo con blasfemar contra el calor, comprar gazpacho de bote y enchufar el aire acondicionado hasta que la longitud del día sea aún más y la de la jornada laboral sea menos y entonces uno pueda acarrear su pesimismo, una silla y un libro e irse ver atardecer a una orilla en la que también bañarse y otear deseos, boquerones y barquitos de aspirantes a ricos donde unos gorditos beben sidra calentona en cubierta saludando a las sirenas que, por horteras, ni los miran. Hace ya tanto calor que también se imponen las frases cortas para que el lector pueda tomar aliento y no tenga que leer con respiración asistida.
Junio es también el prólogo del verano duro, de la gran estampida, de las vacaciones del funcionario. Junio y septiembre escoltan al estío heavy y oficial, que son julio y agosto, aunque a causa del cambio climático la Aemet nos informa de que ahora el verano dura cinco semanas más que en los años ochenta. La paradoja es que en los años ochenta se me hacían más largos los veranos. Tenía uno una edad propicia a las despreocupaciones y una tendencia a pasar los días todos tumbado en la playa. Ese dulce far niente hacía largas las jornadas y semanas, los meses. Ahora todo está lleno de obligaciones haga frío o calor. En junio se planean vacaciones, se celebran las primeras ferias y se acaban los cursos académicos. En dos semanas, tres chicos inseparables que acaban la facultad se despedirán en un fiestón memorable para ya no verse nunca más. En junio uno aprueba la Selectividad vital, que ya ni siquiera se llama así. Una prueba -más- de acceso a la vida adulta, que es pringosa y llena de gente que se toma muy en serio y nunca se pondría un pantalón corto.
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