Opinión | El espíritu de las leyes

La tumba de Gaza

La evacuación de los habitantes de Gaza se está realizando por el Tsahal a sangre y fuego, sin piedad para nadie y recurriendo a la confiscación de alimentos y medicinas

Palestinos cargan cajas y bolsas con comida.

Palestinos cargan cajas y bolsas con comida. / ABDEL KAREEM HANA / AP

Últimamente se ha puesto de moda afirmar que Gaza es la tumba del Derecho internacional humanitario. Con ello se alude a un genocidio demencial e impune perpetrado por el Estado de Israel, indiscriminadamente, contra la población palestina apiñada en ese exiguo territorio llamado ‘la franja de Gaza’. Trump es algo menos sanguinario, pues únicamente pretende expulsar a todos los gazatíes al desierto libio, incluso incentivándolos económicamente. Luego se trataría de construir sobre las ruinas de Gaza un resort o complejo turístico capaz de convertirse en una nueva Riviera, con la cual el presidente norteamericano se haría todavía más rico. ¡Sueños de constructor!

Benjamín Netanyahu pareció recibir con gozo este sorprendente anuncio de Donald Trump, realizado en una comparecencia conjunta ante la prensa en la Casa Blanca. Pero lo cierto es que la evacuación de los habitantes de Gaza se está realizando por el Tsahal a sangre y fuego, sin piedad para nadie y recurriendo igualmente a la confiscación de alimentos y medicinas destinados a la población civil. ¿Habrá poesía después de Gaza, parafraseando a Theodor Adorno? ¿Habrá prosa, parafraseando a Zizek? ¿Se podrá tomar un daiquiri plácidamente sobre los huesos de los miles de niños palestinos masacrados por Israel? No seamos bobos: ¡claro que sí! A estas alturas de la civilización nuestro espesor cutáneo es de proboscídeo.

Los judíos son un pueblo admirable que siempre se ha hecho preguntas existenciales, como la Biblia plurimilenaria atestigua. Escribe Roberto Calasso en ‘El libro de los libros’ (Anagrama, 2024), una maravillosa recreación del Antiguo Testamento, que, ante la inminente destrucción de Sodoma y Gomorra, Abraham se atrevió a formular a Yahvé la pregunta capital: «¿De verdad vas a castigar al justo con el malvado?». ¿Qué diferencia habría entonces entre la justicia de Yahvé y un maremoto? Esta pregunta, cuya profundidad solo un avezado jurista es capaz de medir, aplicada a Gaza no la entenderían los supremacistas que gobiernan el actual Israel. Si los colonos del Far West americano sostenían que el mejor indio era el indio muerto, otro tanto opinan de los palestinos los colonos de los asentamientos judíos. En Gaza, pues, por definición, no hay inocentes dignos de ser salvados, como la escueta familia de Abraham.

Es bastante claro que no cabe comparar a Netanyahu con Yahvé, y además el primer ministro israelí está procesado por corrupción. Pero Yahvé no descarta en absoluto la destrucción de los enemigos que se oponen a la ocupación de la Tierra Prometida por parte de los descendientes de Jacob. Todo lo contrario. Dando un salto del Génesis al Deuteronomio, Calasso nos introduce en el marco de la guerra sagrada (una verdadera yihad) impuesta por Yahvé a su pueblo con palabras grabadas a fuego: los enemigos han de ser derrotados, condenados al anatema y aniquilados. «No te compadecerás de ellos, dice la Escritura, ni te aliarás por matrimonio con ellos, ni darás a tu hija a uno de sus hijos, y no tomarás a una de sus hijas para tu hijo, porque distraería a tu hijo de seguirme y serviría a otros dioses, la ira de Yahvé se encendería contra vosotros y pronto os exterminaría». Teniendo esto en cuenta, ¿quién podría asombrarse de la deriva integrista del Estado de Israel, modelo de laicismo y socialdemocracia en sus orígenes y canon de identitarismo teocrático (y tecnocrático) en el día de hoy? Más aún, si Netanyahu compareciese como acusado de genocidio ante la Corte Penal Internacional, ¿podría exhibir la Torá como ‘higher law’ o ley superior, de mayor rango y aplicabilidad que la Convención sobre el genocidio de las Naciones Unidas? El mandato divino es terminante en el Deteronomio: «Destruirás a todos los pueblos que Yahvé, tu Dios, te entregue, tus ojos no se apiadarán de ellos...» (7, 16). Ningún judío ortodoxo dudaría de la imperatividad de tal mandato. Tampoco duda Netanyahu, en su huida pertinaz de la justicia criminal de su país, y amparado por Trump y demás señores de la noche.

¡Pobre Gaza! En efecto, es una tumba. Y yace en ella, junto a los miles de asesinados, la tibia defensa europea de la dignidad humana, apenas un fuego fatuo.

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