Opinión | Arte-fastos
Viaje con nosotros (a los años ochenta)
Mientras recorría las salas de la tercera planta del Museo Carmen Thyssen Málaga y contemplaba las obras, no he podido por menos que corroborar, una vez más, la vigencia de un tiempo pasado que todavía no se ha ido, que siempre retorna

Obras de Menchu Lamas y Antón Patiño. / l.o.
Recuerdo los años ochenta como una época de ilusiones, de expectativas, de juventud exultante en una ciudad, Málaga, en puertas de una revitalización cultural: mis estudios de Filosofía y Letras en la UMA (Primero, en San Agustín y el resto, en Teatinos); las nuevas tendencias pictóricas (Ateneo, Diputación, Colegio de Arquitectos). Pero, sobre todo, fueron años de música: Pedregalejo (Bobby Logan, Nueva Pulsación…); las fiestas de Económicas los viernes por la noche; la sesión de tarde de las discotecas Max (cenáculo de modernidad) y Piper's (¡aquel autobús abarrotado hasta los topes!); pub El Trovador, epicentro de tertulias sobre la movida local; otro pub, Skalon, en calle Beatas, punto de encuentro de las diferentes pandillas (mods, rockers, nuevos románticos…), no siempre bien avenidas y donde más de una vez tuvimos que salir por piernas; y, claro está, los conciertos de grupos nacionales (Golpes Bajos, Gabinete Caligari, La Frontera…) y malagueños (Danza Invisible, Generación Mishima, Carta Blanca, Cámara…).
No pretendía hacer una crónica personal (ni mucho menos sentimental) de esa década apasionante, pero mientras recorría las salas de la tercera planta del Museo Carmen Thyssen Málaga y contemplaba las obras de Chema Cobo, Alfonso Albacete, Patricia Gadea, Joaquín de Molina y Juan Lacomba, entre otros, repletas de citas autobiográficas y referenciales, no he podido por menos que revivir las mías y corroborar, una vez más, la vigencia de un tiempo pasado que todavía no se ha ido, que siempre retorna, por sus vivencias e impresiones. Una época de cambios fundamentales que la juventud vivió (vivimos) como expresión de libertad, anclada a la memoria y a unos recuerdos imperecederos; unos recuerdos que invalidan, afortunadamente, aquella consigna –no sé si publicitaria o arrogante- que dice: «Si recuerdas la movida, es que no estuviste en ella».
A todo ello remite la treintena de obras de veinticuatro artistas que componen Pintura liberada. Joven figuración española de los 80, colectiva de producción propia de dicho Museo cuyos comisarios, Bárbara García Menéndez y Alberto Gil, plantean un recorrido iconográfico que refleja la ansiada modernidad del país (transición y democracia), donde la pintura deviene «colorista, onírica y tremendamente subjetiva». La nómina de artistas periféricos es notable (Málaga, Sevilla, Mallorca, Galicia), y tanto veteranos (Fraile, Arroyo, Gordillo) como jóvenes (Alcolea, Quejido, Molero, Barceló, Ugalde…) se afanan por desterrar fórmulas agotadas (pop, informalismo, conceptual), que sustituyen por una nueva figuración lúdica, expresiva y apolítica. Me he quedado sin espacio: tan sólo recomendar esta exposición al lector; pero de una forma muy irreverente, acorde al espíritu de la movida, con la primera estrofa de aquel tema de la Orquesta Mondragón, que -¡oh casualidad!- data de 1980: «Viaje con nosotros si quiere gozar […] Y disfrute».
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