Opinión

Empezar

Fracasar no es lo contrario de avanzar: es el modo en el que, lentamente, se afina la perseverancia. Madurar también es cambiar de ilusiones

El rey león

El rey león

'Da capo', que en italiano significa «desde el principio», es una indicación habitual en las partituras musicales. Sugiere volver al inicio, repetir, no como un retroceso, sino como una forma distinta de interpretar lo que ya has tocado previamente. Tardé un tiempo en entenderlo. Recuerdo cómo mi profesora esperaba a ver qué hacía yo cuando me encontraba esa indicación en mis primeras clases para, posteriormente, hacerme preguntas, ponerme a pensar. «¿Por qué lo tocas otra vez igual?», me decía. «Lo pone en la partitura: repetir desde el principio», argumentaba yo. Entonces comenzaba a entender que volver a empezar algo, no implica repetirlo exactamente igual. De hecho, no tendría sentido. Siempre hay matices nuevos que aportar, nuevas sensaciones que hacer sentir al que te escucha; en eso consiste interpretar, justamente en eso, en hacer tu interpretación de lo que alguien escribió hace trescientos años, por ejemplo. Algo parecido ocurre con la vida. Crecer no siempre se siente como un avance lineal, ni como una historia ascendente. A menudo, madurar implica detenerse, replegarse, incluso volver al inicio. Como en el ciclo vital que evoca el tronco que atraviesan los protagonistas de El Rey León mientras cantan Hakuna Matata, el paso del tiempo nos invita a mirar con perspectiva: lo que parecía esencial en una etapa, se diluye en la siguiente. Las redes nos bombardean con mensajes de antes y después para venderte entrenamientos deportivos que cambiarán cómo te verán los demás (por fuera). Hay aprendizajes que no responden a la lógica del antes y el después, como sí ocurre en el gimnasio, donde los músculos responden a cada esfuerzo. En cambio, una relación verdadera con alguien o el estudio de un instrumento, no obedecen a esa medida inmediata: se forjan en el tiempo, en lo invisible, en los días que parecen iguales pero que, en el fondo, nos transforman. Aprendemos mientras vamos creciendo en busca de una madurez que, mientras transitamos, aceptamos que no es más que un camino de ensayo y error, como cualquier método científico en el que los fallos son igual de importantes que los aciertos. Fracasar no es lo contrario de avanzar: es el modo en el que, lentamente, se afina la perseverancia. Madurar también es cambiar de ilusiones: dejar atrás algunas para hacer sitio a otras nuevas, más honestas. Como decía el escritor estadounidense del siglo pasado Scott Fitzgerald, «la vitalidad se revela en la capacidad de volver a empezar», por eso, los momentos más oscuros de mi vida han estado siempre asociados al miedo para atreverme a hacerlo, una evidencia clara de falta de vitalidad, vigor o de fortaleza mental. Volver a empezar es uno de los gestos más desafiantes -y más valientes- de la existencia. A veces lo hacemos tras una crisis, una experiencia límite o un punto de inflexión. Otras veces, simplemente, cada mañana. Requiere energía, humildad y un compromiso inagotable con el aprendizaje. Porque el pasado, por más que nos defina, no puede convertirse en ancla. La partitura de nuestras vidas -siempre inacabada- nos propone un da capo constante: comenzar otra vez, con lo vivido a cuestas, pero también con una renovada voluntad de buscar. Solo hay una cosa que vuelve inalcanzable un sueño: el miedo al fracaso. Por eso, crecer de verdad consiste en no dejar que ese miedo nos paralice, y en recordar que, mientras estemos dispuestos, siempre podemos volver a empezar.

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