Opinión | El ruido y la furia
Ejercicio de caligrafía
Son muchos los estudios que coinciden en afirmar rotundamente que la escritura manual estimula múltiples regiones cerebrales

Pluma y papel / l.o.
Alguna vez lo dije así: “Escribo una palabra letra a letra,/ despacito,/ me esmero en su dibujo como si,/ todavía,/ don Aurelio me estuviera mirando/ y moviese, conforme, la cabeza./ Esa palabra, su signo,/ invoca lo que no esperaba hallar:/ las hundidas espinas,/ el mar y la caldera,/ el germen del azul,/ la luz que da el silencio./ El poema es, sobre todo,/ un ejercicio de caligrafía”.
Con esa intuición que es, sin ninguna duda, una potencia del alma, yo entendía que escribir a mano es una manera de llegar más profundo, de alcanzar más hondo y con más claridad los recovecos de la mente, de la memoria. Lo que yo sospechaba, sin saber muy bien qué sospechaba exactamente (por eso lo escribí en un poema y no en una tesis doctoral), ahora es ciencia, que ha venido a demostrar que escribir a mano mejora la memoria y resulta ser clave para un aprendizaje más profundo y duradero porque activa algunas áreas del cerebro que permanecen inertes cuando usamos el teclado.
Son muchos los estudios que coinciden en afirmar rotundamente que la escritura manual estimula múltiples regiones cerebrales y mejora la retención de información y la concentración, dado que requiere una coordinación compleja que precisa de una atención plena. Causa asombro que ahora, justo ahora, cuando en muchas escuelas han eliminado la enseñanza de la caligrafía, esa cosa tan antigua, resulta que teníamos un tesoro y lo despreciamos. Incluso puede que nos demos cuenta de que servían para algo aquellos viejos castigos de copiar cien veces “esas cosas no se hacen”. Al fondo de un copiado (cuántos años, cuántos, sin usar esa palabra que huele a lápiz recién afilado) estaba la sabiduría, el conocimiento, y no lo sabíamos. Escribir a mano permite mayor tiempo de reflexión y, por lo tanto, la posibilidad de pensar mejor las cosas y arrepentirse antes de hacerlas.
Desconozco si entre los presos sigue siendo costumbre escribir cartas. Me lo he preguntado estos días, cuando he visto a Santos Cerdán entrar en la cárcel, porque (así de absurdo es mi proceso mental) uní esa noticia con la de la escritura a mano y anduve preguntándome si este hombre, escribiendo tal vez a su familia, bolígrafo en ristre, habrá pensado más profundamente en lo que dicen que hizo. Acaso ahora, al ponerlo en negro (o azul) sobre blanco, vea la honda trascendencia de sus actos, cómo se ha conducido por la vida, qué ha hecho con la confianza que en él depositaron. No sé, nadie lo puede saber, si tendrá todavía la conciencia suficiente para comprender la dimensión de sus acciones, el daño irreparable que ha causado a su partido, a sus compañeros, a todos.
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