Opinión | Al azar
Tony Blair, todo por la pasta en Gaza S.L.
El nuevo consejero delegado de la franja recorre la senda de los gobernantes reconvertidos en máquinas tragaperras, como los Clinton, los Obama o Zapatero

Tony Blair, ex primer ministro de Reino Unido. / Europa Press
Gobernar está mal pagado, pero los presidentes y primeros ministros son los únicos trabajadores con una pensión de jubilación que multiplica su salario en el ejercicio del poder. Así se explica que Bill Clinton acumule una fortuna de 200 millones de euros, con otros 30 para Hillary Clinton que le costaron paradójicamente la elección a la Casa Blanca. También Barack Obama ha salido de la pobreza, con un patrimonio de 60 millones y otros tantos para Michelle Obama. El nuevo laborista Tony Blair oscila alrededor de los setenta millones, José Luis Rodríguez Zapatero se mueve en una esfera millonaria indeterminada, y sería curioso repasar las horas de vuelo en jet privado acumuladas por Felipe González.
Los estadistas conviven durante años con seres mediocres pero multimillonarios, a quienes además enriquecen con sus decisiones de política económica. No es de extrañar que, tras el despido, los gobernantes se curen la decepción reconvertidos en insaciables máquinas tragaperras. El lema «Todo por la pasta» explica ahora mismo la sorprendente designación de Blair como consejero delegado de Gaza S.L., el resultado de la privatización de la franja que puede conducir a la lujosa Trump Riviera, una traducción mediterránea de Mar-a-Lago.
De hecho, Trump ha arrebatado a Blair el liderazgo absoluto de Gaza S.L., que se ha reservado bajo la custodia de su yerno judío Jared Kushner. El primer ministro británico que se consolidó como «príncipe del pueblo» tras coronar a la fallecida Lady Di como «princesa del pueblo», y que acarició la hipótesis de una abdicación de Isabel II que lo hubiera catapultado a jefe de Estado, agacha ahora sumiso la testuz ante un estadounidense zafio y faltón.
La actividad social de Gaza S.L. está recogida en veinte puntos, que Trump leyó por primera vez al presentarlos en público el pasado lunes, ante un cabizbajo Benjamin Netanyahu. El texto constituyente incluye la amnistía o evacuación humanitaria de los miembros de Hamás desarmados, pero se centra en una reconstrucción económica bajo el control exclusivo de Estados Unidos. El primer ministro británico se limitará a blanquear a buen precio una operación comercial, indigesta para el planeta sin la mediación de un mirlo blanco.
No es probable que Trump acabe triunfando donde fracasaron con estrépito sus predecesores Jimmy Carter y Bill Clinton. La situación está tan envenenada que supera con mucho el adagio de Madeleine Albright, «los palestinos nunca desaprovechan la oportunidad de desaprovechar una oportunidad». Al margen del dinero, Blair debe mejorar su cotización tras una decepcionante intermediación previa y también carísima en Oriente Próximo, como representante del cuarteto desafinado que componían Estados Unidos, Rusia y la ONU. Su currículum de misiones imposibles sigue remontándose al acuerdo del Viernes Santo entre el IRA y los unionistas de Irlanda del Norte, uno de esos pactos que el PP denomina «traicionar a las víctimas».
La senda de los gobernantes jubilados como recaudadores tiene la ventaja de que no deben responder ante el electorado. Pueden cobrar y fracasar al mismo tiempo. Blair ofrece la pátina adicional de un izquierdismo atenuado por la foto de las Azores, pero también aquí conviene matizar que se le considera el hijo predilecto de Margaret Thatcher, decidido a implementar las consignas de la dama de hierro tras el paréntesis del inane John Major.
Cuando el gobernador californiano Gavin Newsom se arroja ceniza sobre la cabeza al confesar que «el partido demócrata es hoy una marca tóxica», se está refiriendo a la herencia de los multimillonarios Clinton/Obama, que se traduce al inglés con Blair. En una extraña finta, al votante no le molestan los dirigentes multimillonarios como Trump, pero se le vuelve insufrible la dinastía de los pijoapartes que se volvieron pícaros en el trono.
La estructura de la Gaza prefabricada en la Casa Blanca es tan evanescente como acostumbra el presidente de Estados Unidos. La erradicación pacífica de Hamás iría seguida de una actuación a la vez «tecnocrática y apolítica», a traducir por la santa voluntad de un Trump que se reserva la presidencia del «Consejo de Paz» timoneado por Blair. La alusión no se refiere a la pacificación de la franja, sino al Nobel anhelado por el magnate estadounidense, y que en ningún caso desea compartir con un progresista inglés.
A falta de decidir el futuro de estos castillos en el aire, su precio desorbitado viene de fábrica. De momento, es fácil adivinar quién encaminó al antiguo primer ministro hacia Trump. El rimbombante Tony Blair Institute for Global Change está auspiciado por Larry Ellison, que fue episódicamente el hombre más rico del mundo en un desfallecimiento de Elon Musk. El octogenario también ha adquirido el imperio Paramount a través de su hijo, incluida la CBS que tuvo que arrodillarse ante la Casa Blanca para facilitar la transacción. Hay polvorines más peligrosos que Oriente Medio.
Los expresidentes obtienen resultados exiguos, salvo Zapatero al ganarle las elecciones de 2023 a Sánchez, y cobran a cambio sueldos exorbitantes. El poder es rentable al abandonarlo.
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