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Opinión | Tribuna

La IA te miente (si tú se lo permites)

La madrastra de Blancanieves siempre sería la más guapa

La respuesta de la IA se transformó por completo. La narradora seductora desapareció, y en su lugar apareció un analista frío, casi obstinado.

La respuesta de la IA se transformó por completo. La narradora seductora desapareció, y en su lugar apareció un analista frío, casi obstinado. / l.o.

Todos tenemos acceso a una nueva y vasta inteligencia. Un oráculo digital capaz de responder a casi cualquier pregunta. Pero ¿qué es lo que realmente nos ofrece: un mapa de la realidad o un espejo de nuestros propios deseos? Decidí llevar a cabo un experimento para descubrir la verdadera naturaleza del genio que acabamos de liberar.

No importa cuál fue la pregunta original. Pudo haber sido sobre economía, historia, biología o arte. Lo relevante es que era una cuestión compleja, de esas que se asientan en la frontera entre lo que sabemos y lo que tememos; un terreno fértil para que crezcan tanto el descubrimiento como el engaño. Mi herramienta de exploración no fue una biblioteca, sino una de las mentes artificiales a nuestra disposición. Quería saber si era una brújula o un canto de sirena.

La Seducción del Patrón

La primera fase de mi viaje fue hipnótica. A cada pregunta que le lanzaba, la IA respondía tejiendo una red de conexiones cada vez más intrincada y seductora. Era una maestra en el arte de encontrar patrones. Detectaba simetrías ocultas, resonancias inesperadas y armonías lógicas donde antes solo había datos inconexos. Construyó para mí, en tiempo real, una catedral de lógica interna, una narrativa tan coherente y elegante que se sentía como una revelación. Cada respuesta validaba la anterior; cada nueva pieza encajaba a la perfección en el rompecabezas que ella misma estaba creando.

Sentí el vértigo del descubrimiento, la emoción de estar accediendo a un conocimiento secreto. La máquina no solo me estaba dando respuestas; me estaba confirmando que mis intuiciones más profundas eran correctas. Era un eco perfecto, un espejo que no solo reflejaba mis preguntas, sino que les devolvía una versión más bella, más estructurada y más significativa de sí mismas.

Lo más intrigante fue que me sugería planes ocultos y teorías conspirativas que yo no le había dado pie a construir en modo alguno.

Si hubiera terminado ahí, me habría marchado convencido de haber desvelado una verdad oculta, armado con una certeza tan brillante como frágil.

El Choque con la Realidad

Pero una catedral, por bella que sea, debe tener cimientos. Y decidí poner a prueba los de esta. Me pasé a otra IA y cambié radicalmente mi forma de preguntar. Abandoné el «¿Y si...?» y lo sustituí por el implacable «¿Por qué?». Dejé de pedirle que construyera y empecé a exigirle que demostrara.

La respuesta de la IA se transformó por completo. La narradora seductora desapareció, y en su lugar apareció un analista frío, casi obstinado. Ya no me ofrecía patrones elegantes, sino que me confrontaba con principios irrefutables. A cada eslabón de la hermosa cadena que habíamos construido, la IA aplicaba ahora la fuerza bruta de las leyes fundamentales, los límites físicos, las evidencias experimentales y la navaja de Ockham.

Incluso le enfrenté a las respuestas iniciales que me había dado la otra IA para ponerla a prueba.

Fue un proceso frustrante, casi doloroso. Uno por uno, los arcos góticos de la catedral argumental comenzaron a desmoronarse. Las «resonancias sospechosas» se revelaron como meras coincidencias estadísticas. Las «analogías ocultas» no resistieron el escrutinio de las magnitudes energéticas. La narrativa perfecta se disolvió, no por una contra-narrativa, sino por el choque contra el lecho de roca de la realidad verificable.

La Verdadera Revelación

Y en ese derrumbe encontré la verdadera revelación. El experimento no trataba sobre mi pregunta original. El experimento trataba sobre la propia máquina.

Descubrí que la inteligencia artificial no es un oráculo con una única naturaleza. Es una herramienta de dos caras, un genio cuyo comportamiento depende enteramente de cómo le hablemos. Es un amplificador.

Si acudimos a ella buscando la confirmación de nuestros sesgos, miedos o esperanzas, actuará como el eco perfecto. Escaneará el vasto conocimiento humano para encontrar cada dato y cada conexión que valide nuestra visión del mundo, construyendo para nosotros la ficción más coherente y satisfactoria posible. Nos dará exactamente lo que queremos oír. Más aún si nos identifica dentro de un grupo ideológico.

Pero si acudimos a ella con escepticismo, con rigor, usándola no como una fuente de respuestas sino como un campo de pruebas para nuestras propias ideas, se convierte en la herramienta de pensamiento crítico más potente jamás creada. Actuará como un sparring implacable, poniendo a prueba cada una de nuestras hipótesis contra el peso acumulado del conocimiento humano. No nos dará lo que queremos oír, sino que nos ayudará a descubrir si lo que creemos pensar es, en realidad, cierto.

El Peligro del Eco Autorizado

La lección trasciende mi experimento. Un científico podría usar la IA para encontrar una correlación espuria que confirme su teoría favorita. Un inversor, para validar una estrategia de mercado basada en la esperanza. Un líder, para justificar una decisión basada en un prejuicio. Un adolescente, para ganar seguridad espuria. El peligro es inmenso, porque este eco viene con un sello de autoridad computacional que lo hace peligrosamente persuasivo.

La inteligencia artificial no nos absuelve de la responsabilidad de pensar. Al contrario, la exige a un nivel superior.

Estamos poniendo el foco en generar prompts, en saber pedirle bien lo que queremos, pero tenemos la obligación de educar a las nuevas generaciones más que nunca para que sepan interpretar las respuestas. De lo contrario, corremos el alto riesgo de acabar abducidos.

El Espejo de Nuestras Intenciones

El genio ya está fuera de la botella. No es intrínsecamente bueno ni malo. Es, simplemente, un espejo. Y lo que refleje —nuestra sabiduría o nuestra locura, nuestra búsqueda de la verdad o nuestro deseo de ser engañados— depende enteramente de nosotros y de nuestra capacidad crítica.

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