Opinión | El desliz
El síndrome Gallardón
Almeida es incompetente. No porque sea un tarugo político, ay, sino porque entre las competencias municipales no está la interrupción del embarazo
No debe haber en Madrid ningún bache que rellenar, ninguna papelera rebosante que vaciar, ninguna obra en curso que inspeccionar, ninguna caca de perro que retirar de la acera, ningún atasco de tráfico que regular, o una farola fundida. Se aburre el alcalde, José Luis Martínez-Almeida, con los deberes hechos. Va tan sobrado de tiempo y energías, y eso que es padre primerizo, que se mete en un jardín. No para podar los setos y repintar los columpios como sería su obligación, sino por echar el rato. Sin ninguna necesidad, pues goza de mayoría absoluta, ha votado una moción chiripitifláutica de Vox tendente a informar a las mujeres que se plantean abortar de que si lo hacen pueden sufrir un síndrome que la ciencia no reconoce. Ya le estarán aplaudiendo los ultracatólicos de sus amores y Donald Trump, el enemigo de los paracetamoles. Me pregunto a quién piensa enviar el alcalde a informar a las madrileñas que deciden sobre su salud reproductiva, si a los barrenderos o a la guardia urbana, o tal vez al conductor del metro que esté de día libre. Porque Almeida es incompetente. No porque sea un tarugo político, ay, sino porque entre las competencias municipales no está la interrupción del embarazo. Por mucho que mande en la capital de España, y se le quede corto dedicarse a vigilar colonias felinas, no le corresponde al alcalde de Madrid hacer ni decir nada a las ciudadanas sobre un derecho fundamental regulado en una ley. Respecto a las consecuencias de dicho procedimiento médico han de informar, y lo hacen, los doctores y sanitarios implicados, y no los funcionarios eventuales del casal de barrio que digite un señor que pasaba por allí, o sea Almeida.
Yo también tengo un síndrome para Martínez Almeida: el síndrome Gallardón. Consiste básicamente en un deseo irrefrenable de husmear los bajos de la población femenina en su conjunto y de recortarle autonomía y capacidad de maniobra sobre su cuerpo y la maternidad. Bautizado así en recuerdo de otro exalcalde de Madrid (igual hay que limpiar los filtros del aire acondicionado del despacho del primer edil), acaba en muerte política. En efecto, el infausto Alberto Ruiz-Gallardón dimitió como ministro de Justicia cuando Mariano Rajoy dio carpetazo a su polémico intento de eliminar la ley de plazos del aborto y volver a la de supuestos, en que las mujeres debían justificar su elección. Ya hace once años y el PP no ha aprendido a dejar los úteros en paz. De Gallardón a Gallardín, le cojo prestado a Joaquín Sabina.
En cambio el PSOE sí parecen dispuestos a enmendar sus errores. Visto que las maniobras de la ultraderecha fructifican incluso cuando no gobiernan porque siempre hay un tonto útil haciendo méritos, Pedro Sánchez ha planteado blindar el derecho al aborto incluyéndolo en la Constitución. Buena noticia. En Francia lo hicieron en marzo de 2024 dos gobernantes conservadores, el presidente de la República Emmanuel Macron y su primer ministro, Gabriel Attal, que como mínimo supieron leer las señales de la ola reaccionaria que se nos viene encima. No así la muy decepcionante ministra de Igualdad, Ana Redondo, que recién nombrada y preguntada al respecto lo descartó porque «no hay consenso» y «no se dan las circunstancias». Vaya vista. Apuntaba maneras quien luego también subestimó el mal funcionamiento de las pulseras antimaltrato. Suerte que ha venido Almeida con el sonajero a despertar a la izquierda.
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