Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión | Tribuna

Llegan nubes de drones

Los archivos de la Comisión Europea rebosan de propuestas y planes defensivos que no han sido activados

Un militar de Ucrania durante una práctica con drones.

Un militar de Ucrania durante una práctica con drones. / Ashley Chan/SOPA

Está Putin al teclado de su videojuego de guerra enviando drones como quien le quiere robar peras al vecino rico. Su juego es de lo más avieso: tantear el espacio aéreo polaco, enviar drones hacia Estonia y turbar los aeropuertos de Dinamarca y Noruega. Desde que cayó el muro de Berlín y se desintegró la Unión Soviética, Moscú no había emulado tanto los escenarios de la Guerra Fría, como complemento del ataque a Ucrania.

Los archivos de la Comisión Europea rebosan de propuestas y planes defensivos que no han sido activados. Hace un año, cuando Alemania firmó el contrato de compra de misiles Arrow con Israel, la idea del escudo antimisiles europeo -ESSI- tal vez estaba dando un paso, pero a cámara lenta. Ahora, Ursula von der Leyen ha propuesto un muro antidrones para el que se cuenta con la dura experiencia de Ucrania. Es la guerra de drones contra drones, de bajo coste. Mientras tanto, los países de la OTAN han activado con presteza operaciones por tierra, mar y aire para contener el apetito descarado de Putin.

Esos escarceos van a la par con, de una parte, la poca credibilidad de los gestos cambiantes de Donald Trump, respecto a la Unión Europea o la OTAN, y de otra parte con la falta de unidad estratégica entre los socios europeos, un factor que tanto regocija a Putin.

Esa es una situación en la que los actos de firmeza han de ejecutarse con prudencia y, sobre todo, por decisión plena de la Unión Europea, sean cuales sean los vaivenes de una opinión pública extremadamente volátil y poco articulada. En los mentideros de Bruselas, por ejemplo, corren las especulaciones sobre una Ursula von der Leyen que acapara demasiados poderes.

¿Es ese el momento más adecuado para dedicarse a eso y, si es verdad lo que se dice, por qué no han actuado los mecanismos de control europeo? ¿O es que hay putinistas hasta en la sopa?

Es cierto que, con la caída del muro de Berlín, la satisfacción de haber ganado la Guerra Fría se dio por irreversible: era la hora de disfrutar los dividendos de la paz, pero la historia no se había acabado ni nunca se acabará, como se vio en Yugoslavia y ahora en Ucrania. Haber bajado la guardia con Putin ha tenido un coste inimaginable en 1989, cuando Europa recuperó tanta libertad.

Las flaquezas del consenso defensivo europeo no son una cuestión de solidaridad etérea sino de crudo y puro interés común. El tablero, como en la Guerra Fría, sigue siendo muy peligroso. Pekín está muy atento a las distracciones de Occidente en Ucrania, porque le tiene ganas a Taiwán.

Si se propugna una Europa más competitiva, ¿no ayuda fabricar drones y microprocesadores? Para una Europa fuerte, los escudos defensivos son imprescindibles. Esa fortaleza puede inquietar a una opinión pública desconcertada, pero lo fundamental es que aplaque al Kremlin.

Con Mark Rutte, la OTAN está haciendo sus deberes y, como se decía antaño, también consisten en que EEUU sigan activo en la Alianza Atlántica y la Rusia de Putin se quede fuera de Europa.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents