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Opinión | Arte-fastos

Anomalías premeditadas de Daria Muhina

La presencia sígnica en la superficie pictórica no debe interpretarse como un léxico abierto a análisis

«Field notes, pages, 1», De Daria Muhina.

«Field notes, pages, 1», De Daria Muhina. / l.o.

En ocasiones, un detalle extraartístico y aparentemente menor puede proporcionar la clave de un proyecto expositivo. No hablamos de reclamos publicitarios, ni de letrerías heterodoxas (palabras-signos-números), tan en boga en el arte actual, sino de algo más sutil: un rasgo inédito, un gesto mínimo, un calculado desliz ortográfico que informe al visitante de una probable correspondencia entre esa anomalía textual y el contenido artístico. Así consta en el cartel anunciador de la exposición de Daria Muhina que estos días puede verse en Nika Art Gallery, de Málaga, en cuyo apellido figuran dos letras en cursiva (u, h), aportando una inclinación no sólo estética, sino también conceptual: la línea helicoidal que las enlaza indica una distribución dualista de fuerzas, quizá antagónicas.

Advertimos, de entrada, un sistema letrista/cromático que recorre transversalmente la veintena de obras (acrílicos, collages y una instalación) que esta joven artista rusa (Samara, 1989), residente en Lisboa, trae a su primera individual malagueña, titulada Imagined Language y comisariada por Irina Machneva Mota. La presencia sígnica en la superficie pictórica no debe interpretarse como un léxico abierto a análisis; al contrario, se erige como un alfabeto privado, restringido, un repertorio de trazos, siluetas y grafías (algunas ignotas, otras reconocibles) que desbordan la rigidez tipográfica y se integran en la estructura global de la obra. Así, el (posible) mensaje lingüístico enturbia su claridad comunicativa con nuevos niveles de lectura y, en consecuencia, de posibilidades semánticas; corroborando la teoría de Roland Barthes por la que, en un cuadro, «el significado se va desplazando siempre».

Pero esta ductilidad de formas y valores, que al principio se antojaba intuitiva y hasta lúdica, deviene problemática por cuanto incorpora -según leemos en el catálogo- componentes sociales y personales, basados en ritos, folklore, motivos eslavos e incluso cuentos de hadas; de manera que este lenguaje imaginado establece «un territorio simbólico donde la memoria, el mito y la emoción hablan al unísono como un camino hacia la autoidentidad», a juicio de la comisaria. Resulta difícil mantener todo este bagaje cultural, profundamente humano, en un grado de semiabstracción o no-concreción, sólo atenuado por variaciones cromáticas que galvanizan la relación signo/fondo (The Night Alphabet; Living Letters; Field Notes); siluetas femeninas en entornos florales (Pulse; Blossom); o la definitiva trasposición de signos caligráficos –bordados en rojo- a cuerpos de mujer (Womark I,II,III,IV). Somos testigos, pues, de fragmentos de vida, de experiencias o, por qué no, de los procesos internos que han configurado el universo icónico de Daria Muhina. Como en los cuentos de hadas.

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