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Opinión | Tribuna

La gran revolución

Pienso seguir cuidando a la gente que quiero, escuchando a los que no piensan como yo, empatizando con quienes las pasan canutas

El presidente estadounidense, Donald Trump

El presidente estadounidense, Donald Trump / Suzanne Plunkett

«Lo revolucionario de verdad es no convertirse en un hijo de puta». Me lo soltó Quique González, conversando sobre su nuevo disco, 1973. Como en varias de sus canciones habla de amor, amistad, lealtad, dignidad... yo le comenté que, aplicando todo eso, más el respeto, el cariño o el humor, parecería que lo de convivir no tiene que resultar tan complicado. Pero él lo resumió de forma más contundente. Y acertada. Porque esa frase creo que define las coordenadas para moverse en un mundo del que tratan de apoderarse los matones de la clase.

A todos los niveles. Puede ser el presidente del país más poderoso del mundo, que amenaza con militares a sus compatriotas; el responsable de un genocidio que nos avergüenza como seres humanos; o un dictador que invade países porque tiene sueños húmedos de un pasado imperial. Pero también el compañero de trabajo que difunde bulos sobre la inmigración, o la señora que en un supermercado de Madrid le dijo a Miqui Puig que ojalá una bomba acabase con todos los catalanes.

También son matones los apóstoles de la doctrina que considera los impuestos un robo del Estado; y más repugnantes aún si se han marchado del país para no pagarlos. Qué decir de algunos -y algunas- que hacen escarnio del activismo ciudadano; incluidos los que, amparados en el anonimato de las redes sociales, aprovechan la presencia de mujeres en una flotilla de ayuda humanitaria para vomitar toda la caspa y la frustración de su machismo recauchutado. Total, que en la vida no siempre está claro hacia dónde queremos ir ni cómo queremos ser, pero se puede acertar a través de los descartes.

Yo, desde luego, no quiero parecerme a ninguno de estos. Y, aunque suene naíf o kumbayá, pienso seguir cuidando a la gente que quiero, escuchando a los que no piensan como yo, empatizando con quienes las pasan canutas, sea en una guerra lejana o porque en mi barrio no pueden pagar el alquiler. Y pienso, sobre todo, en superar el miedo, o la pereza, a significarte y que te caiga una lluvia de improperios. No están los tiempos para esconderse. Que se escondan ellos.

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