Opinión | Para empezar
La glotofobia
Cuando vuelvo a casa y converso con mi madre, la mandíbula se relaja, las cuerdas vocales se aflojan y la lengua materna brota sola. Hablo andaluz arropada por los míos, sin filtros
«Aprende a hablar bien, que no se te entiende», me dijo hace más de dos décadas Agustín Acosta, periodista decano de Lanzarote para el que trabajé. Aquella frase me dolió más que cuando Paco Villasana, publicista malagueño, me soltó una mañana: «Vero, apestas a tabaco». Al menos lo segundo era cierto y tenía remedio. El acento, en cambio, no. El acento es algo que a veces nos separa, pero también nos une cuando estamos lejos de casa y escuchamos a alguien que se come las ‘eses’, que no pronuncia un ‘ado’ ni aunque le maten y que habla rápido, como un cohete.
«Aquí se habla andaluz». Recuerdo una pegatina con ese lema en el Ayuntamiento de Alameda (Málaga), gobernado por el Partido Andalucista, cuando volví de Canarias. Allí nos entendíamos.
Años después, cuando mis hermanos vinieron a verme a Ibiza, compartimos mesa y cañas con amigos de la isla. Al despedirnos, mi hermana me soltó: «Qué fina te has vuelto». Y así siempre, comentarios sobre el acento. Un día, el quiosquero de mi barrio me señaló sin rodeos: «Tú no eres de aquí con este acento». Hace poco, una amiga que me escuchó hablar con mi hijo me dijo: «Vaya acento andaluz que te ha salido». Claro, es que lo soy. Cuando vuelvo a casa y converso con mi madre, la mandíbula se relaja, las cuerdas vocales se aflojan y la lengua materna brota sola, sin preocuparse de quién escucha. Hablo andaluz arropada por los míos, sin filtros.
La semana pasada escuché por primera vez la palabra glotofobia. No tiene nada que ver con el buen comer, aunque suene a eso. La RAE todavía no la recoge, pero designa la discriminación o el rechazo hacia alguien por su acento o forma de hablar, considerándolo inferior por no ajustarse a un modelo estándar o hegemónico. O sea, el castellano de Cantabria.
A veces me esfuerzo por vocalizar para que los demás me entiendan, pero cuando he locutado en la radio, he hablado en televisión o me pongo en modo trabajo, me convierto en mi prima de Santander glotófoba que veta su propio acento.
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