Opinión | La señal
La bicha de los soles
No hay que preocuparse demasiado, en Gaza, Hamás impone su ley purgando, en pequeñito genocidio, a la competencia

Palestinos regresan a lo que queda de sus barrios en el norte de ciudad de Gaza. / Europa Press
Estos chicos son muy susceptibles y no felicitan a la Nobel, María Corina Machado. El Premio se lo tenían que haber dado a Rodríguez Zapatero, lo que ha luchado el expresidente junto a Maduro contra la oposición democrática, y no se lo reconocen estos noruegos marchitos con sus escrúpulos de los derechos humanos. Pero aquí, nadie le ha mentado a nadie la bicha de los soles como hipótesis astrofísica del narcotráfico y se ponen en guardia. En fin, qué le vamos a hacer. Bueno, Majestad, usted tampoco ha felicitado a esta heroína venezolana, al menos todavía (viernes, 12.42 CEST), seguro que se trata de un olvido.
Pero no hay que preocuparse demasiado, en Gaza, Hamás impone su ley purgando, en pequeñito genocidio, a la competencia, por cierto, que no liberaron una sola mujer, Ione, tú sabes por qué. De Trump qué decir si no que yo le haría una oferta para una película en Hollywood, qué éxito, ahora, eso sí, buscaría un coordinador de intimidad, que se estila mucho.
De todas formas, el mundo árabe desconfía de los palestinos desde que en 1970 intentaron dar un golpe de Estado en Jordania y derrocar al rey Hussein, que les había acogido hospitalariamente. Claro, estaban dirigidos por la URSS, pero aquella traición no se olvidó. También en 1964, la KGB redactó la Carta Nacional Palestina, aprobada por 422 miembros de la OLP cuidadosamente seleccionados, como acostumbra Moscú cuando invita a café.
Aquí, en este otoño seco, los cadáveres van a ser los autónomos, exhaustos en el asfalto y en los caminos de España. El Gobierno propone una subida de la cuota de entre 10 y 200 euros para el próximo año de cautiverio. Lo mismo que hay teléfonos contra la violencia machista o el racismo, debería establecerse otro en auxilio de los autónomos, y seguirían faltando muchos números más para otras tantas tropelías.
Lo que no faltan son las listas negras, nunca han faltado, ahora la de objetores al aborto, aunque Ayuso se niega y abre un nuevo frente, como en el Dombás, que hay guerras y guerras. Por ejemplo, las de las bandas organizadas que asaltan los supermercados, y no se crea que para comer -humanitarios del mundo entero, desuníos-, sino para vender la mercancía y vamos a por otro.
Pero no hay que perderse la exposición en Alhaurín de la Torre del caballa Bartolomé Ros, autor de imágenes muy meritorias del primer tercio del XX y pionero del revelado en el municipio de Joaquín Villanova y allá en la Perla. Lo enturbia todo Pilar Alegría, que prohíbe la carne de cerdo en los comedores escolares de Ceuta, primero comida halal, después… Pero ni por esas se apaga la pena por Morante, que se ha cortado la coleta sin avisar y que se va de malva y oro, como tantas veces Antoñete, también en Madrid. Pero ya es leyenda, y las leyendas no se van nunca.
También allá arriba, ha dado marcha atrás el llamado Padre Ángel con la mezquita que pretendía en Mejorada del Campo, en la catedral que un hombre, Justo Gallego, con sus solas manos levantó durante más de sesenta años para el culto católico.
Pero yo estoy convencido de que el final va a ser feliz, aunque quedan dos años y recuerda Andrés Trapiello que no resulta fácil imaginar qué podría acortarlos si ningún escándalo lo ha logrado hasta hoy, ¿quizá la antropofagia?, no estoy seguro. Entonces, ¿final feliz, por qué? Les contaré un cuento. Un delfín deja pescado en el muelle. Los dueños de los barcos están desconcertados cada mañana. Revisan las cámaras y las imágenes muestran un delfín saliendo a la superficie en la noche y dejando con cuidado el pescado antes de alejarse en el mar. Después se supo que, apenas una semana antes, el dueño del mismo atraque donde apareció el pescado había salvado a una cría de delfín atrapada en una red. Devolvió la cría al mar y, desde entonces, la madre regresa cada noche con su pequeña ofrenda de pescado. ¿Un cuento? Tampoco estoy seguro. Ausiàs March escribió hace más de cinco siglos:
Teme el día perder su claridad
cuando la noche expande sus tinieblas.
No hay animal que no cierre los párpados
y se aviva el dolor en los enfermos;
los malvados quisieran que durase
un año por cubrir sus fechorías;
pero yo, que padezco más que nadie
sin causar mal, quiero que acabe pronto.
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