Opinión | Viento fresco
Robo de película
Lo bueno de la vida es que siguen pasando cosas de película. Como el asalto al Louvre de París. Pedazo botín

Exterior del Museo Louvre de París. / efe
Lo bueno de la vida es que siguen pasando cosas de película. El robo del Louvre. Lo ves en un telefilm de la tarde y sonríes con incredulidad aunque te tragas la escena por su espectacularidad. Resulta que, pis, pas, una plataforma para subir, una rotura de cristales, unas radiales y hala, a huir con un botín «incalculable» que seguro hay quien sabe calcular.
Entre otras cosas, una diadema de la emperatriz Eugenia con cerca de 2.000 diamantes. Como había obras en la fachada por la que entraron, el camión con la plataforma pasó desapercibido. ¡Desapercibido! prueba tú a aparcar un modesto utilitario en la zona, te fríen a gritos y multas.
El Louvre ha añadido un atractivo más: todo el mundo quiere visitar la sala afectada por el robo. Seguro que habría cola para hacerse un selfie junto a un letrero que diga: aquí estuvo la diadema de la emperatriz Eugenia.
Algunos dicen que es un robo de película pero otros opinan que es un robo de libro. Los que lo perpetraron no son una joya. No falta quien tiene problemas de conciencia por simpatizar con los ladrones.
Este robo suscita muchas preguntas no siendo menor una: para qué quería la emperatriz semejante joya ostentosa y cuánta hambre pasaba la gente de su tiempo mientras ella llevaba en la cabeza semejante peso diamantino.
Los ladrones tendrán mucha dificultad para colocar esta mercancía, aunque bien que se habrán colocado ellos para celebrar tamaño éxito. No sabemos si las diademas acabarán expuestas en la casa de un excéntrico millonario para disfrute solo de sus ojos o si la fundirán o si se la revenderán al propio Louvre, que es lo que hizo por ejemplo El sapo (legendario ladrón, recuperen su documental en Amazon Prime) cuando robó a las Koplowitz.
El robo va a enriquecer las páginas de los periódicos y los noticiarios, que tienen un diamante de noticia por explotar. Es la hora de los expertos. De los teóricos, de los que explican cómo se asalta un edificio o cómo funciona el mercado internacional negro de las joyas.
El cómo desaparecen obras de arte lo pueden verificar mejor en ‘Obra maestra’ (Anagrama), libro de Juan Tallón a ritmo de thriller y esperpento sobre cómo pudo desaparecer de un almacén del Museo Reina Sofía una enorme escultura de Richard Serra de treinta y ocho toneladas.
Cuando veas el Louvre afeitar pon en el Prado mayor seguridad. Ahí no hay diademas. Pero tenemos más arte que los franceses.
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