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Opinión | Tribuna

El tuteo sin causa

Sé que muchos lectores, tal vez no estén de acuerdo conmigo: que si eso está muy antiguo, que si es cosa de “fachas”, y casi me atrevo a decir de tintes “franquistas”…

La distancia, “con calor humano”, favorece  el aprendizaje.

La distancia, “con calor humano”, favorece el aprendizaje. / Alex Zea

Y yo me pregunto…: ¿Por qué un chico de apenas veinte años se dirige a mí en estos términos: ¿Qué quieres, cariño…? Y yo me pregunto: ¿por qué una persona a la que no he visto en mi vida me dice: ¿Qué te pongo, bonita…? ¿Y yo me pregunto…? Son tantas cosas las que me pregunto que la lista sería interminable y no quiero cansar al sufrido lector con una larga enumeración de preguntas que, en este caso, como no son existenciales, sí tienen respuesta: no hay educación, no hay respeto, no hay valores. Perdón, otra pregunta: … Pero, ¿en qué mundo vivimos?

Sé que muchos lectores, tal vez no estén de acuerdo conmigo: que si eso está muy antiguo, que si es cosa de “fachas”, y casi me atrevo a decir de tintes “franquistas”… A esas personas, con todo mi respeto, me atrevería a decirles y también a preguntarles: ¿Ustedes no saben que el respeto, los buenos modales y el decoro, no están reñidos con la libertad?. Antes bien, son un principio de la verdadera libertad. ¿Me entienden? Estoy segura de ello.

He sido docente durante más de treinta años y los alumnos siempre me han tratado con sumo respeto y, no por ello (yo diría que muy al contrario) ha dejado de fluir entre nosotros una entrañable corriente de afectividad.

No todos los docentes pueden que estén de acuerdo con mis aseveraciones; tal vez haya quien piense que el acercamiento, el amiguismo y el tuteo pueda acercarlos a unos y a otros y favorecer el aprendizaje.

Y yo les diría…, ¡craso error!; todo lo contrario, pues la distancia, “con calor humano”, favorece el aprendizaje. Quien respeta al profesor, respeta el conocimiento que, se supone, éste debe trasmitir a sus alumnos. Se lo dice una docente, amante de su profesión y con entrega total a sus alumnos. Y es que el ejercicio de la labor docente ha constituido para mí una verdadera vocación.

De otro lado, y siguiendo con el “dichoso tuteo”, actualmente casi impuesto como norma, les diría…: yo a usted no le conozco de nada…, ¿por qué me dice cariño?, ¿en un segundo ya me quiere…?. Se lo agradezco (insistiendo en el usted), pero con que me quieran mi familia y mis amigos, tengo suficiente. ¿No le parece?

Me considero una mujer abierta, liberal, pero es que como ya he referido, anteriormente, la libertad no está reñida con el respeto antes bien es consecuencia de la misma. Lean a Ortega, a Marañón…, y comprueben lo que opinaban, al respecto. Porque, ¿saben?... Hay que leer, leer, cultivar el espíritu y la mente, sencillamente, para ser más felices.

En resumen, ¿cuál es la causa de que jóvenes y menos jóvenes, hagan uso de un tuteo generalizado? Yo no la veo por ningún lado. ¿El acercamiento?. ¿Con qué sentido? No necesito el “acercamiento” de alguien a quien no he visto en mi vida. Y, por experiencia, diría que las consecuencias son nefastas porque implican un deterioro en las costumbres, e incluso una falta de respeto a otras opiniones. El mundo, pues, sería más feliz en una sociedad respetuosa. Lo puedo afirmar con absoluta seguridad.

Para concluir quisiera hacer referencia a dos anécdotas como argumento de mis anteriores reflexiones y asertos.

Comencemos por la primera: acababa de sacar mis oposiciones y me disponía a tomar posesión de la “Cátedra don Juan Valera” en el Ilustre Instituto (así figuraba en su nomenclatura) Aguilar y Eslava de Cabra, sitio de nacimiento del egregio autor de Pepita Jiménez. Era muy joven y sentía una enorme vocación por trasmitir conocimientos (que alcanzaba tras horas y horas de estudio) a mis alumnos. Para mí dar clase era y siempre fue una verdadera vocación. Pues bien, no les entretengo más con superfluas narrativas personales y voy al grano: una alumna muy estudiosa y enamorada de mis clases (palabras textuales suyas), cuando conseguí el traslado a Málaga me escribió una carta conmovedora que aún conservo y que no transcribo por no cansar a mis lectores. En ella me expresaba su agradecimiento por mi dedicación, entrega y amor a la asignatura que impartía (Literatura), así como por haberle inculcado unos valores que siempre estarían en su corazón. Esta Alumna, ahora notaria en Córdoba, voluntariosa y con deseos de saber, sin embargo, fallaba en una asignatura en que sus calificaciones eran sorprendentemente bajas, en relación con su brillante expediente académico. Recuerdo que le dije: ¿Cómo explicas esto? ¿Es que no estudias esa asignatura? ¿Saben lo que me contestó?:-Pues no mucho, la verdad, doña María Jesús, porque como esa profesora es vecina mía y le hablo de tú, no me infunde el respeto que usted.

Y es que les guste a algunos lectores o no, cada cual debe ocupar su lugar: uno, el del profesor, superior por edad y conocimiento y, otro, el del alumno, joven o adolescente, que se sienta en su pupitre para oír la aleccionadora voz del profesor que, con la debida preparación y amor, pueda despertar el interés en sus alumnos, fundamental y único objetivo de una buena clase.

A mi juicio, existen tres elementos clave en la misión del profesor: El amor, la dedicación y la entrega a sus alumnos para un buen aprendizaje y rendimiento y, por parte del alumno, el deseo de aprender, el esfuerzo, la constancia y, siempre, el respeto al profesor, fiel representante de la asignatura que imparte.

Defiendo todo lo que digo porque a las pruebas me remito. Estamos sufriendo (yo ya estoy jubilada) una verdadera degradación en todos los ámbitos de la vida. El de la formación es, a mi juicio, el más importante, porque dará lugar a una sociedad tolerante, justa, respetuosa y que actúa en verdadera libertad.

Para terminar, no quiero dejar de referirme a la segunda anécdota que es, en realidad, la que me ha movido a escribir este artículo: se trata de la magnífica reflexión que hizo una señora extranjera que, fortuitamente, nos encontramos en un evento una amiga y yo. Estábamos entre personas más o menos conocidas y de edades similares. La señora extranjera (más joven) a la que conocía sólo de vista, se dirigió a mí de usted y le insinué (era una situación especial) que no me hablase en esos términos. Su contestación fue rotunda: “No entiendo el tuteo sin causa”. Fue tan acertada su respuesta y posteriores explicaciones que quedó grabada en mi memoria esa proverbial frase, con la que titulo mi artículo. Tenía toda la razón: apenas la conocía… ¿Qué causa había realmente para que me tutease? Pues, a decir verdad, y según sus acertados argumentos, ninguna.

Invito a los lectores a la reflexión de estas explícitas y rotundas palabras que, a mi juicio, son el eje fundamental de una sociedad más respetuosa y libre.

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