Opinión | Viento fresco
Cocina y política
El marido de la nueva primera ministra japonesa dice que será un hombre discreto que se dedicará a cocinar

Sanae Takaichi, primera ministra de Japón. / EUGENE HOSHIKO / POOL
El marido de la nueva primera ministra de Japón, Sanae Takaichi, ha dicho que será un «esposo discreto», «cocinando para ella» y manteniéndose alejado de los focos. El hombre, que se apellida Yamamoto, que es como los españoles pensamos que se apellidan todos los japoneses, hizo estas declaraciones un día después de que su esposa, conservadora y fan del legado de Margaret Thatcher, fuera nombrada jefa del Gobierno. Lo que no sabemos es si las hizo en el tiempo muerto durante el cual se cuece el arroz o mientras calentaba el horno. Japón es un país machista a la inversa, no sabemos si eso significa feminista. El hombre en casa con la pata quebrada, en la cocina y discretito. A lo mejor acuesta a los hijos o friega el salón mientras ella se demora en tediosas reuniones sobre la política exterior nipona o el florecer de los cerezos. La igualdad no es que la mujer imite comportamientos masculinos y a la inversa, pero esto, que puede escandalizar a más de uno, es simplemente un pacto de pareja. Magnífico. Perfecto.
Aquí la cuestión es si la dieta de la primera ministra va a empeorar y la pobre mujer, en la tesitura de decidir si se le hace o no la guerra comercial a China, tiene que tomar la decisión en el baño por unas gyozas mal cocinadas. O si un día se pelean y la deja a la pobre sin desayunar, con lo mal que sienta soportar a un subsecretario sin tener ni un modesto té con galletas en el cuerpo.
En realidad, el esposo se ha puesto al mando del país: se ha puesto a gobernar el estómago de quien manda. A la voluntad se llega por el estómago, aunque bien es cierto que también los biencomidos pueden albergar una importante mala baba, ahí está la pancita de Franco.
Yamamoto es en realidad el ministro imaginario o moral de Gastronomía, asunto de singular importancia. Y si tiene inquietudes puede leer ‘La casa de Lúculo’, de Julio Camba, en la que se advierte de que «el primer francés que se comió un caracol no era precisamente un gourmet y sí un hambriento», cosa que podría aplicarse al primer japonés que se comió un pez crudo, producto que, llamado sushi, ha exportado con singular éxito. Incluso a la tierra del pescao frito. La primera ministra japonesa cocinará recetas políticas conservadoras pero al llegar a casa puede encontrarse con un cocinero revolucionario que invente salsas (Dios creó la comida y el demonio, las salsas) o experimente con combinaciones audaces. El destino (y el estómago de la primera ministra) dirá si a partir de ahora le va mal o bien a Japón. Y al matrimonio.
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