Opinión | Tribuna
Sobre un real ano
Es así como el Rey Sol encontró su reflejo vital más fiel en su ojo impar y sus aventuras y desventuras. ¿Será también éste el sino de Donald Trump?
Gracias a un artículo publicado el 2 de noviembre de 2020 en el diario La Razón y resucitado en la red tiempo después, supe que la canción original del himno británico ‘Dios salve al Rey’, con letra en francés (’Gran Dieu sauve le Roi’) y que se convertiría en himno de medio mundo desde 1714, nació para celebrar el éxito de una operación quirúrgica que logró acabar con la fístula anal que padecía el Rey Sol de Francia. Y es el éxito de la ciencia lo que se conmemora, aunque sea por la retaguardia. Por cierto, las fístulas anales llevaron a la tumba a Enrique V de Inglaterra y al mismísimo Don Juan de Austria, comandante de la Santa Liga de Estados. La vida de Luis XIV se veía amenazada seriamente por los padecimientos originados por una molesta dolencia en su real ano que le impedía montar a caballo, caminar e incluso estar de pie, por lo que no puso demasiados reparos a la hora de ser intervenido a finales de 1686, en Versalles, por el cirujano Claude François Félix de Tassy. Y como parte de los fastos del evento, el reputado músico de la corte Jean Baptiste Lully compuso un himno por encargo del rey, como homenaje al progreso de las ciencias y a la victoria sobre el imperio de las hemorroides, las fístulas y las fisuras. Un himno que lo fue de la monarquía francesa hasta que Luis XVI fuera guillotinado. Pero resulta que fue remozado con astucia por el genial G. F. Händel en 1714, convirtiéndose en el himno de la Casa Real Británica por obra y gracia de un venturoso plagio.

Sobre un real ano
Para el psicoanalista Sigmund Freud, sin entrar a valorar la traición acústica británica hacia sus orgullosos vecinos del sur, los rasgos destacados de nuestra personalidad tienen su origen en la infancia y pasan por cuatro fases fundamentales, en función de los órganos en los que se satisfacen las pulsiones sexuales: oral, anal, fálica y genital, si bien entre las dos últimas se sitúa un periodo de latencia. A cada etapa le corresponde una serie de rasgos de comportamiento que permanecerán en la edad adulta. No obstante, puede que los humanos, siendo adultos, «nos comportemos como niños», padeciendo una ‘regresión’.
Me imagino a Luis XIV regresando a la infancia para encontrarse con su ano en flor. No tengo elementos de juicio científicos para decantarme por las etiquetas psicoanalíticas. ¿Fue un retentivo anal o gozaba más con la expulsión de los productos de desecho para regalárselos a ‘mamá’? Los que custodian los excrementos suelen ser obstinados, avaros, concienzudos, meticulosos y obsesos de orden. Los aficionados a la expulsión, crueles, desordenados y amantes de la destrucción. Curiosamente, en fechas recientes, hemos tenido ocasión de contemplar el sugerente vídeo de nuestro Mesías Donald Trump en el que el avión que pilota arroja generosas bolas de mierda sobre la disidencia norteamericana del ‘No Kings’, en fechas próximas a la conmemoración del 250 aniversario de la independencia de la pérfida Albión. El filósofo español Roberto Rodríguez Aramayo ha sido uno de los que nos han puesto en la pista de estas actividades coprófilas del mitómano justiciero (Nuevatribuna.es, 19 de octubre de 2025) con notable acierto. Conviene recordar, que la presencia de lo escatológico en nuestra vida social y, en especial, como recurso humorístico, es ya una de las piedras angulares de la obra ‘Gargantúa y Pantagruel’ de otro notable francés, el escritor del siglo XVI François Rabelais y su también compatriota, el divino Marqués de Sade, dos siglos después.
Se suele tildar a Luis XIV de trabajador, organizado, responsable y meticuloso, aunque sin descuidar una faceta lúdica y petulante. Es decir, puede que gozara más con la retención que con la expulsión. Sea como fuere, al acceder a la ‘fase fálica’ y a decir de Freud, Luis XIV experimentó –como todos los varones de 3 a 6 años el ‘complejo de Edipo-’, estuvo perdidamente enamorado de su madre como objeto de deseo y enfadado con su padre, su rival. De aquí se deduce, claramente, su afición a las fístulas y vivencias tan dichosas como las que muestran el odio de las suegras hacia las nueras. Aunque hay pocas personas que se crean hoy estas cosas, seguro que les han hecho pasar un buen rato, pensando en la importancia de su ano.
El ano, como decía de la arruga la publicidad de otros tiempos, es bello (de ahí las modas recientes que porfían por su blanqueamiento o, por el contrario, su bronceado, con el fin de mejorar su oscura belleza). Dice Francisco de Quevedo y Villegas en su opúsculo ‘Gracias y desgracias del ojo del culo’ que este último goza de «más imperio y veneración que los demás miembros del cuerpo, pues, mirado bien, es el más perfecto y bien colocado en él, y más favorecido por la naturaleza, pues su forma es circular, como la esfera, y dividido en un diámetro, o Zodíaco como ella. Su sitio es en medio, como el del sol; su tacto es blando, tiene un solo ojo, por lo cual algunos han querido llamar tuerto, y si bien miramos, por esto debe de ser alabado, pues se parece a los cíclopes que tenían un solo ojo y descendían de los dioses». Y es así como el Rey Sol encontró su reflejo vital más fiel en su ojo impar y sus aventuras y desventuras. ¿Será también éste el sino de Donald Trump, nuestro anaranjado emperador, empeñado en bombardear con densas materias fecales el espíritu republicano que bendice el Marqués de Sade al final de ‘La filosofía en el tocador’?
Sea como fuere, la argumentación errática nos está llevando, muy a mi pesar, por la senda de ‘lo feo’. La filósofa catalana Marta Tafalla disecciona esta categoría (a la que dedicó un exquisito volumen ilustrado el sabio italiano Umberto Eco, titulado ‘Historia de la fealdad’ (2007) donde aborda lúcidamente, entre otras cosas, la relación entre lo feo, lo cómico y lo obsceno). Nos topamos con lo feo cuando hacemos juicios como X es desequilibrado, horrible, anodino, aburrido, vulgar, disonante, inquietante. Según Tafalla (‘Ecoanimal’, 2019), el juicio de fealdad puede proceder de tres fuentes: por nuestra ignorancia sobre el objeto o la situación que valoramos; por el conocimiento no adecuado sobre el objeto o situación de dicha apreciación; por su vinculación con el dolor y la enfermedad; así como por su relación con la muerte y la destrucción. El ano puede ser bello con independencia de su alcurnia. Y no creo pecar de ignorante si afirmo que las acciones de los autócratas del presente –hayan o no accedido a su posición gracias al juego democrático- son feas. Tampoco provocan el impacto de la ‘Fuente’ de Duchamp (1917), con la que denunció, como un experimento, el conservadurismo que agarrotaba el mundo del arte a través de un urinario ‘transfigurado’. Feo es, sin duda, tener mala salud, padecer enfermedades y el dolor que todo esto comporta en sujetos como el que escribe estas líneas, por mucha fe que se tenga en la ciencia, pues difícilmente se puede gozar con el desamparo y la obediencia ciega hacia las tiranías del cuerpo. Y feo es todo aquello que rodea a la muerte y la destrucción –sobre todo la que genera la maldad de los autócratas y sus cómplices entusiastas-, con permiso de los necrófilos y de los que se lucran con la muerte ajena. Menos mal que, de momento, a Trump no se le ha ocurrido envasar en 90 latas sus excrementos como hiciera Piero Manzoni en 1962 para denunciar la mercantilización del arte, porque sería un negocio seguro.
No obstante, aunque hayan superado ustedes el complejo de Edipo –o el complejo de Electra, en su versión femenina-, accediendo a una sexualidad genital plena, nada puede impedir la amenaza del Maligno y de sus criaturas diabólicas, como es el caso de los vampiros. Sonsoles Soto, una singular poeta de 71 años, natural de Ávila, se lanzó inesperadamente al estrellato en 2021, gracias a una entrevista en la televisión de Castilla y León sobre su poemario ‘Creando Almas’. Lo que salió por su boca, recitando un poema, obra de su difunto amigo Manuel, es una clara manifestación de madurez sexual psicoanalítica. Vulvas, falos, erecciones, eyaculaciones, pezones retorcidos y muslos en jornada de puertas abiertas amenazan con crear un nuevo lirismo poético geriátrico de altos vuelos y fuegos. Desde aquel momento, Drácula se ha quedado pequeño como emblema de lo libidinoso y puede que se esté replanteando ampliar su pasión por los cuellos de jóvenes doncellas con el deseo de succionar la anatomía de algunas integrantes de la tercera edad. Con el fin de erradicar las picaduras vampíricas, algo más molestas que las del mosquito tigre o la avispa asiática, les recomiendo hacerse con un equipo básico para combatir a los no-muertos y a los temores de la penetración. Y tengan mucho cuidado: en este preciso instante hay alguien ‘creando almas’ o, lo que es lo mismo, practicando el sesenta y nueve a sus espaldas o lanzando boñigas a la Revolución Francesa.
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