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Opinión | La vida moderna merma

El auditorio invisible

A la hora de acoger grandes congresos, conciertos sinfónicos o eventos de envergadura internacional, seguimos jugando en segunda división

Infografía del Auditorio de Málaga, proyectado en los suelos portuarios de San Andrés

Infografía del Auditorio de Málaga, proyectado en los suelos portuarios de San Andrés / L.O.

Llevamos tantos años oyendo hablar del auditorio de Málaga que ya casi parece un mito urbano, algo entre el unicornio y la feria sin descamisados. Cada cierto tiempo, alguien lo resucita: una infografía nueva, un render reluciente, un titular optimista… y luego, el silencio. Pero esta vez hay un detalle distinto: el alcalde, Francisco de la Torre, está decidido a que el auditorio deje de ser una maqueta y se convierta en una realidad. Y si hay que buscar dinero debajo de las piedras, lo hará —y probablemente, además, pedirá permiso al dueño de la piedra, como buen malagueño cortés—.

Hay quien dice que la insistencia del alcalde con este tema roza la obsesión. Yo prefiero llamarla visión. Porque lo que realmente sería enfermizo es que una ciudad como Málaga —con el empuje económico, turístico, cultural y tecnológico que tiene— siguiera sin un auditorio a la altura de su momento histórico. Tenemos museos de primer nivel, un puerto estupendo para los visitantes -con torre o sin ella- y una oferta cultural que hace apenas veinte años era impensable en una ciudad que tambaleaba si venía una obra comercial de Larrañaga al Alameda y que ahora respira el mejor aire fresco gracias a proyectos como Sohrlin o el Teatro del Soho Caixabank. Pero a la hora de acoger grandes congresos, conciertos sinfónicos o eventos de envergadura internacional, seguimos jugando en segunda división.

Palacio de Ferias, pequeño

El Palacio de Ferias se nos ha quedado pequeño, aunque lo adoremos por su versatilidad, su arquitectura de otro siglo y una gestión y dirección excelentes. No hay más que ver cómo se llenan sus espacios durante algunos congresos o ferias para entender que algo va muy bien, pero otras cosas no tanto. Málaga necesita un auditorio. Y no. No es un capricho. No un símbolo faraónico como legado de un dirigente. No es el aeropuerto de Castellón. Es una infraestructura lógica y de necesidad urgente.

Y aquí llega, para mí, una de las partes más curiosas del asunto: el Gobierno central. Sí, ese ente que, cuando se trata de proyectos culturales para Málaga, suele adoptar la misma postura que un gato frente al agua. Resulta que el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, encuentra tiempo para visitar una casa okupa —La Invisible— y hacerse la foto de rigor, pero no parece encontrar ni el interés ni la voluntad para poner un euro en un proyecto estratégico como el auditorio. No deja de tener su gracia: Málaga, que ha demostrado ser una de las ciudades más dinámicas y culturalmente activas del país, no recibe apoyo para un auditorio, pero sí aplausos institucionales para quienes se saltan las normas y se apropian de un edificio público. La coherencia cultural en estado puro.

Sé que la comparación es vulgar —y me disculpo un poquito por ello—, pero no puedo evitar preguntarme: ¿qué pasaría si el auditorio hiciera falta en Barcelona o en Sabadell? ¿Seguiría el ministro contemplando planos desde la distancia y media sonrisa, o ya tendríamos inauguración con sardana, casteller y alfombra roja? La sociedad, que ya tiene callo, puede intuir la respuesta sin mucho esfuerzo.

Impulso y tesón

Mientras tanto, Málaga sigue tirando del carro. Y lo hace, como casi siempre, con el impulso de su sociedad civil y el tesón de quienes creen que esta ciudad merece más. Lo vimos con el Museo Picasso, con la revolución cultural del Centre Pompidou, con el auge tecnológico y con tantas iniciativas que han nacido aquí sin esperar la bendición de Madrid. Y lo veremos también con el auditorio, si se logra articular la colaboración público-privada que tanto se reclama.

Es evidente que es el momento de que las empresas privadas malagueñas —y las que no lo son, pero sí se benefician del auge de la ciudad— den un paso adelante. El auditorio no es solo un templo para la música: es una herramienta de desarrollo económico, un generador de empleo, un motor turístico y, sobre todo, un símbolo de madurez. Málaga ha pasado de ser la del sol y el pescaíto a una ciudad de congresos, startups, arte contemporáneo y gastronomía de nivel -que cuando acaban sus cosas se siguen tomando el pescaíto-. Pero para consolidar esa transformación, necesita equipamientos que estén a la altura.

Se pueden esgrimir mil argumentos para aplazarlo: que hay otras prioridades, que no es el momento, que la inflación, que en mi calle se le calló a un niño un batido de chocolate y todavía está el roal seco en el suelo y nadie lo limpia, que si el pueblo palestino, que los presupuestos… pero el crecimiento no entiende de excusas. Las ciudades que no avanzan, retroceden. Y Málaga no se puede permitir mirar hacia otro lado mientras su propio ritmo le pisa los talones.

Por eso, no se trata solo de un auditorio. Se trata de seguir apostando por una Málaga que crea en sí misma. Una Málaga que no se conforme con lo bueno cuando puede aspirar a lo excelente. Una Málaga que entienda que la cultura también se mide en metros cúbicos y en decibelios. Que necesita espacios para seguir creciendo, atrayendo talento y generando riqueza.

La Invisible

Y si no, siempre nos quedará La Invisible. Que el tema de bailar el diabolo se está perdiendo y alguien tendrá que defenderlo. O incluso una opción mejor, desarrollar el proyecto sobre planos del auditorio. Hacer unos renders en condiciones y mostrarle al ministro que habrá espacios específicos para ser Okupados. Zonas para robar el agua de la red o pinchar la luz. En definitiva, dotar al espacio de un buen nivel de decadencia e ilegalidad de anarquía gourmet para que el proyecto cuente con su apoyo. Todo es posible en estos tiempos.

Quizá dentro de unos años, cuando el auditorio sea por fin una realidad, recordemos estos tiempos como la etapa en la que hubo que remar contra la corriente de la indiferencia. Y al final, el auditorio llegará. Quizá tarde, como todo lo importante en Málaga, pero llegará. Y entonces veremos a un ministro de Cultura cortando la cinta con una gran sonrisa y diciendo que siempre creyó en el proyecto. Será mentira, claro, pero al menos sonará bien. Y para eso, precisamente, sirve un buen auditorio.

Viva Málaga.

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