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Opinión | Notas de domingo

Otoño y paisanaje

Presagios del cambio de hora, viajes, recuerdos universitarios

Estación de tren.

Estación de tren. / ep

Lunes. Redacta uno la columna en hora fronteriza, contemplando la luz ya indecisa, dimisionaria, decadente y al final de una jornada sobre la que cae la noche presagiando el cambio de hora. Viandantes con bolsas o preocupaciones vuelven a casa, perros que dan la enésima vuelta a la manzana, dependientes bostezantes en las puertas de sus comercios, un hombre que fuma en el balcón, la radio a gran volumen de un coche que deja escuchar a cualquier caminante un boletín de noticias. Hay un niño que merienda por la calle y otro que da la mano a su madre. Destinos que se cruzan, miradas que se entrelazan. Alguien tal vez en una casa de la zona aguarda a ese niño y a esa mujer dando vueltas con la cucharilla a un café a destiempo que le robará el sueño pero le librará de pesadillas. Dentro de una hora todo este paisaje urbano habrá cambiado. Otros coches, otros paseantes, otro pitillo para el hombre que fuma en el balcón. La calle como material literario, la cotidianeidad que se cuela por la ventana, por la mirada, por las palabras de los otros. A veces hay que buscar las 350 palabras dentro de uno. Otras veces están ahí, delante de nosotros.

Martes. Juan Francisco Fuentes (Barcelona, 1955) ha sido galardonado con el Premio Nacional de Historia de España 2025 por su obra ‘Bienvenido, Mister Chaplin. La americanización del ocio y la cultura en la España de entreguerras’ (Taurus). Pintaza tiene el libro. Fuentes fue mi profesor a principios de los noventa en la Complutense. Historia de España. Igual que el profesor se alegra de los progresos de sus pupilos, de sus alumnos incluso, el alumno va conociendo los éxitos de sus profesores y los toma como propios. Lo recuerdo como un ameno treintañero dinámico. Tenía toda la Historia por delante. Ya catedrático, supongo que sigue surcando esos pasillos de aquella facultad de paredes grises, macrocafetería y aprendices de plumilla circulando por las aulas.

Miércoles. Araboka Plaza. El gran sumiller Antonio Fernández nos aconseja bien. Glorioso el lomo de esturión. Los diversos reservados del restaurante, a lo que se ve, y por lo que veo, están demandados por prohombres, y promujeres, de la ciudad. El placer (¿la obligación?) de ver y ser visto.

Jueves. Plató. Sevilla lo recibe a uno con un calorazo importante. Terrazas llenas. Va uno ahora, y viene, con la inquietud ferroviaria. Que si el tren saldrá a tiempo. Que si saldrá. Hay un ajetreo variopinto en la estación de Santa Justa donde se cruzan ejecutivos, findesemaneros, estudiantes, excursionistas y guiris. Me arreó un Serranito con café adjudicando mentalmente vida, destino y hacienda de algunos de los que pululan por el vestíbulo. Una señora me reconoce: le he visto en la tele. Lo dice en un tono neutro. No hay entusiasmo ni reproche ni sorpresa. Es como una anotación que la señora quería hacer. Una constatación. La imagino esta noche en su sofá, tal vez en Madrid o Barcelona o Córdoba o Málaga diciendo lacónica a su marido: hoy he visto a uno que sale en la tele. Ya a bordo, tocado por la lotería de la puntualidad, escribo en el móvil un texto, pero como voy en el sentido contrario a la marcha, me salen párrafos como a trompicones, que no fluyen bien. Los trenes son muy literarios hasta que tienes que escribir en ellos. Un señor habla por teléfono a voces y algunas de sus frases pugnan por entrar en el texto que estoy escribiendo. Miro por la ventana.

Viernes. Café con Moncho Borrajo en la redacción del periódico. El legendario cómico sigue en forma a sus 75 años. Un festival del ingenio con una capacidad de improvisar y diseccionar la realidad fuera de lo común. A la tarde presentaré su novela ‘Aquella farándula’ (Editorial Jákara), retrato del mundo artístico de los setenta-noventa. Borrajo llenaba a diario los más importantes teatros, las salas de fiestas de la Gran Vía madrileña. La televisión le dio también una gran popularidad. Me cuenta sus almuerzos en el Chinitas con Chiquito de la Calzada, su amistad con Raúl Sender, Gila u otros compañeros de profesión. Y me habla de la censura, la autocensura o el coste que tiene criticar al poder. «El humor es un regalo que te hace tu cerebro», sentencia.

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