Opinión | Arte-fastos
Charo Carrera: la luz insomne
La treintena de piezas que componen 'El aire impregnado' viene a ser una selecta retrospectiva de su poética

'El aire impregnado'. / CHARO CARRERA
Muy variadas –y algunas ciertamente memorables- fueron las propuestas con que se iniciaba la temporada expositiva otoñal (rebautizada ahora con el atractivo nombre de Gallery Weekend) en toda la provincia. A destacar la galería Nave 91, ubicada en Archidona (C/Carpinteros, 25), patrocinada por el grupo Piedramol (Francisco Casado, Julián Pérez y Miguel Moreno) y dirigida con mano experta por el artista y comisario Walter Francia, que en poco tiempo ha conseguido que este centro de arte sea un referente no sólo en la comarca nororiental de Málaga (Nororma), sino también en toda Andalucía. La sesión inaugural (26-septiembre) deparó, como es habitual, la entrega del premio anual Compromiso con la Cultura a diferentes personalidades y un programa doble: en la planta baja (Sala Tradición) se presentó Origen, una fértil conjunción de pinturas de temática taurina de Adrián Santo y moda de alta costura de Francisco Valencia; y, en el piso superior, la individual de Charo Carrera El aire impregnado.
La treintena de piezas que componen El aire impregnado viene a ser una selecta retrospectiva (valga el pleonasmo) de su poética, donde, por cuestión de espacio, el comisario, Walter Francia, no incluye fotografías y trabajos audiovisuales (performances e intervenciones en la Naturaleza). Aun así, constituye una muestra muy completa de la solvencia técnica y estilística de esta artista multidisciplinar, nacida en Herrera de Pisuerga (Palencia) y afincada en Málaga desde 2006. Con buen criterio, se descarta la línea cronológica en el planteamiento curatorial, pues Carrera, nos dice, persevera desde hace años en una cuestión que se ha convertido en el centro de sus indagaciones estéticas: «Cómo afecta al hombre la destrucción que él mismo infringe a la naturaleza y a sí mismo».
Esta preocupación vital se torna conciencia ecológica mediante la salvaguarda del medio ambiente y el reciclaje como normas de conducta. Ambos territorios configuran el lenguaje formal y simbólico de la autora, que no duda en recuperar objetos inútiles e insuflarles dignidad artística (¿ecos del arte Povera?); de manera que plásticos y alambres (El brote), caparazones vacíos (Barquera) o troncos oxidados (Joya natural) adquieren una nueva función social. Por otra parte, su versatilidad creativa la anima, en ocasiones, a una visión plácida (o quizá idílica) de la Naturaleza (Mar de plástico; Paisaje oriental) y, en otras, la sumerge en una reflexión crítica y solapada del ser humano, sus cuitas o vesanias (Vulneradas, Un árbol solo, Las piernas vegetales). El universo icónico de Charo Carrera nos confirma (o eso queremos pensar) que todavía existe una luz, un atisbo de redención; ella permanece alerta porque, como dice su admirado Gaston Bachelard, «no hay que dejar que se duerma la luz. Hay que apresurarse a despertarla».
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