El núcleo duro del Carnaval en el teatro se compone de agrupaciones que llevan saliendo habitualmente durante la última década. De los primeros años del milenio hasta hoy, entre los grupos han ido asentándose filias y fobias centradas en la rivalidad sobre el escenario y fuera de él. Las redes sociales y la supuesta popularidad de los miembros de murgas y comparsas -tener 3.o00 seguidores en Twitter no significa nada- han ido haciendo que esa rivalidad se haya enquistado a lo largo de todo el año dentro de esos grupos -a los que ya me he referido como legiones- del emperador carnavalesco de turno.

Y hablo por mí cuando digo que el Carnaval tiene que ser la fiesta de la crítica en la que, por supuesto, está permitido y es necesario hacer autocrítica, sino aviados vamos y no se avanzaría. Pero me sorprende cómo en los concursos -no solo en Málaga- está muy presente en el teatro contar en las coplas el día a día de esas relaciones carnavalescas. A los parias como yo, que van a escuchar letras originales y con enjundia, les chirría que el que está en las tablas le quiera hacer tomar parte de unos asuntos internos; o que basen su repertorio en decir cosas a medias para que solo se entere la legión. Total, que los asuntos internos está bien que se conozcan, pero no deben mediatizar todo un concurso. Al final, acaba viéndose como una fiesta cerrada, y nada más lejos de la realidad.