Durante cerca de 40 años Mercedes Jiménez ha acompañado a sus hijos a la iglesia de San Pablo. Allí, ha suspirado, y mucho, orando a la Virgen de la Salud y a su hijo de la Esperanza en su Gran Amor. Ayer, pasadas las 4 de la tarde, esta octogenaria cuyos hijos, nietos y biznietos llevaban puesta la túnica de su cofradía trinitaria, tocó la campana de su Virgen, detalle que cada año los hermanos de esta cofradía ceden a un enfermo para que la dolorosa cumpla sus plegarias.

Ayer, «la madre de todos los cofrades de la Salud» vivió uno de los momentos más íntimos y emocionantes de su vida. Y allí estaban todos los que quiere para disfrutarlo: un homenaje en vida, como debe ser.

Hay dos días en el año en que la inmensa plaza de San Pablo se llena hasta la bandera. Uno, el Sábado de Pasión, otro, el Domingo de Ramos. Ver salir a la hermandad de la Salud de su parroquia es asistir a un espectáculo religioso, de fervor y de oración no exento de riesgos. Los tronos de esta cofradía trinitaria salen ajustados, al milímetro. Sus portadores, de rodillas, escuchando las órdenes de sus experimentados capataces, mientras salen con un único destino: la Catedral de Málaga.

El imponente crucificado de la Esperanza en su Gran Amor salió al son de las cornetas de la Vera+Cruz de Campillos y regaló a lo largo de su recorrido estampas imborrables por las calles de su barrio de la Trinidad. Después, en el Puente de la Aurora, se meció al ritmo de Cristo de San Julián. Monumental verlo avanzar con las cornetas.

A sus pies, la corona de espinas del crucificado, flanqueada por gorriones que evocaban la sencillez, y caracoles como metáfora de la lentitud de la muerte de Jesús. Ejemplos de que nada en la estética de esta hermandad queda sin atar, que todo tiene un significado.

Figuritas que regalarán al término de la semana a niños ingresados en el Materno. Gestos impagables.

Su madre de la Salud, con sus características velas rizadas, le seguía desde lejos, pues llevaba muchos nazarenos en su sección.

La dolorosa que tallara Álvarez Duarte llevaba, asimismo, numerosas promesas, signo inequívoco de que ayuda a sus fieles cuando acuden a su altar de San Pablo a pedirles salud. El trono, cuajado de flores, entró en la curva del Pasillo de Santa Isabel con los sones de Encarnación Coronada. Un lujo para los sentidos.