El sol se escondió y privó de esos rayos que hacen brillar el trono del Señor de la Humildad que acababa de salir a la calle desde el interior de la basílica de la Victoria. Comenzaba a bajar el Compás y empezaba a llover. Era un punto crítico y con el recuerdo de la suspensión de la procesión por un chaparrón parecido hace dos años. En esta ocasión la decisión fue de seguir. La Aemet avalaba esa decisión con la anunciada mejoría para las tres de la tarde.

El Señor se cubrió con una gabardina negra que lo tapaba totalmente, incluso el rostro, lo que provocaba una imagen extraña encima del trono. Llovió. Aparentemente mucho. Pero no fue tanto. Cuando terminó de llover las gotas brillaban en el torso de Barrabás, pero las túnicas de los nazarenos y los uniformes de los músicos se secaron al poco tiempo.

Terminada la lluvia, el cortejo recuperó el paso tranquilo y el trono empezó a gustarse. Llegó a la altura de la calle Agua, donde esperaba una representación de la Cofradía del Rescate en la puerta de la capilla. La Banda de Cornetas y Tambores de la Esperanza empezó a interpretar 'La trabajadera del metal' con la fuerza y matices que es capaz de imprimirle esta formación.

La Virgen de la Merced empezó a brillar cuando los rayos de sol se colaron entre las barras de palio. La plata del trono y el dorado del bordado parecían querer alejar la amenaza de lluvia. La 'Marcha fúnebre de Sors' empezó a sonar a la altura de la capilla del Rescate. Una marcha suave y elegante que interpretó la Unión Musical Eloy García y que fue respondida por los toques de campana de los hermanos del Rescate.

El paso del trono se hizo suave, medido. Los portadores lo sabían. "Ese es el paso, que no se mueva el palio", animaba uno de los portadores. Y así fue, suave, con delicadeza.