Al referirse a las imágenes desaparecidas en los actos vandálicos de mayo de 1931 y la posterior Guerra Civil, Juan Antonio Sánchez López alerta del «doble complejo» que se ha creado en Málaga. Por un lado, el convencimiento de que «cualquier tiempo pasado fue mejor» y de que todas las tallas desaparecidas eran maravillosas y por otro, el «complejo opuesto» que señala que nada de lo que se quemó valía la pena. «No voy a decir que en Málaga hubiera un patrimonio al mismo nivel artístico que otras ciudades como Sevilla o Granada, pero sí que había un patrimonio real y cuantioso, muy interesante e indiscutible», recalca.

En cualquier caso, sí está «completamente convencido» de que muchas de esas obras desaparecidas en los incendios, de haberse salvado, con el paso del tiempo las cofradías las habrían sustituido por otras.

El catedrático admite la dificultad de analizar estas tallas con el único instrumento de unas viejas fotos en blanco y negro, y aunque señala que es «complicado», también destaca que el blanco y negro «viene muy bien para analizar cuestiones como el modelado; para eso es mucho mejor que una foto en color».

Destruida en 1936

La imagen de Nuestro Padre Jesús a su Entrada en Jerusalén no se perdió en los incendios del 31 sino en julio del 36, al estallar la Guerra Civil. Fue procesionada con intermitencias desde el siglo XVIII hasta 1921 por distintas hermandades y siempre fue propiedad de la Abadía del Císter.

Por otra parte, califica de «leyenda sin fundamento» la que atribuye la obra a las hijas de Pedro de Mena, Andrea y Claudia, monjas en el Convento del Císter, de donde procedía la talla. «No tiene nada que ver con el estilo de las hijas por dos motivos: porque tenían el mismo estilo que su padre y porque quedan obras de ellas que posibilitan el análisis comparativo», argumenta.

Para el catedrático es una imagen anónima del primer tercio del XVII. No comparte el punto de vista del escritor Salvador González Anaya, quien en su novela Las vestiduras recamadas califica la imagen de La Pollinica de «adefesio». «Yo no sería tan duro. González Anaya es muy exigente artísticamente hablando y en ciertos sectores una imagen de vestir causa rechazo», señala. A su juicio, se trata de una imagen «discreta, muy hierática», que confirma la datación del primer tercio del XVII.

Ese hieratismo y severidad, subraya el profesor, no evidencian que estemos ante un mal escultor sino que son características «que se suelen dar en las obras del periodo, por lo menos de las que hay por Málaga, dada la inexperiencia de los talleres de esa época para resolver satisfactoriamente los problemas planteados por la creación de la escultura procesional».

Coincide este periodo con una ciudad en la que trabaja un buen número de artistas de origen muy diverso, «una oleada anterior a la de Pedro de Mena», en una Málaga que va cimentando la identidad cristiana, por lo que se multiplican los artistas y los encargos.

Juan Antonio Sánchez López confiesa que esta imagen de Nuestro Padre Jesús a su Entrada en Jerusalén «siempre me ha interesado muchísimo», pero reconoce el hándicap de la peluca de pelo natural y, al tratarse de una imagen de vestir, de que no se pueda analizar si la talla «estaba anatomizada o no», a la vista de las fotos conservadas.

De José Martín a Juan Martínez

El Císter se salvó de las llamas en 1931 pero no de la destrucción de julio del 36, con el alzamiento militar y con él, la pérdida de las obras artísticas existentes en la iglesia, incluido el sagrado titular de La Pollinica. Entre 1922 y 1936, la Cofradía de la Pollinica procesionó una obra de Toribio Salas, vinculado a los talleres de Olot, que también fue destruida.

Tras la guerra, la cofradía encargó una imagen a José Martín Simón, bendecida en 1939, pero por su escasa calidad se encargó una nueva al cordobés Juan Martínez Cerrillo, que es la que se procesiona desde entonces.