Se anunciaban tres figuras del toreo con reses de tres ganaderías diferentes. En principio parecía algo extraño, pero desde la empresa se señalaba que era con la intención de traer los toros más escogidos posibles para facilitar el triunfo. Lo que no se había hablado es que cada matador iba a lidiar todos de un mismo hierro. Para que nos entendamos, que cada uno traía sus toros debajo del brazo.

Con esto, los toros de Jandilla eran para Padilla, los de Garcigrande (que finalmente fueron de Domingo Hernández que es el mismo propietario pero otro hierro) para El Juli, y los de Zalduendo para Talavante. Todo estaba previsto así, incluso en los contratos de los diestros, y poco importaba que no se hubiera anunciado a la afición.

Visto el plan, el presidente consultó a la autoridad competente, la Delegación del Gobierno de la Junta de Andalucía, que autorizó una modificación sustancial del cartel y se abría la puerta a una nueva fórmula de la fiesta al servicio de las figuras.

Por eso, en este festejo hay que valorar especialmente la labor de los veedores de Padilla, Juli y Talavante, que fueron los que apartaron los toros que sus matadores debían estoquear en La Malagueta, y que como era de esperar con este remix ganadero, ofreció una imagen de irregularidad en cuanto a su presentación.

Segundo plano. Lo que pasa es que estas cuestiones pasan a un segundo plano cuando llega el triunfo, y ayer llegó con rotundidad para un torero que se ha convertido en todo un ídolo, un fenómeno de masas. La imagen de la salida a hombros de Juan José Padilla por los alumnos de la Escuela Taurina (a los que recientemente les ofrecía una clase magistral en ese mismo ruedo) suponía el triunfo de una Fiesta en la que debe privar siempre la verdad.

En este otro desafío ganadero, el no oficial de esta feria (aún nos queda un mano a mano entre El Pilar y Juan Pedro Domecq el sábado), hubo astados interesantes, sobre todo uno de Jandilla lidiado en cuarto lugar. Para que luego diga que los ´Periodistas´ son malos, éste se fue con una gran ovación y sin las dos orejas que fueron a parar a manos de su matador. Fue un gran toro por el pitón derecho, que tras los primeros tercios en los que le exigió el diestro jerezano, llegó a la muleta con espectacularidad en sus embestidas. Comenzó de rodillas por alto, y terminó igual por molinetes. Entre tanto, el público se entregó a un ciclón que hizo honor a su apodo. Pese a no poder lucir por el pitón izquierdo, por donde el astado no tragó, se tiró a matar con decisión y abría la primera puerta grande de esta feria. Dio una clamorosa vuelta al ruedo acompañado de su hija y enarbolando la bandera pirata. Abordó La Malagueta con un golpe de timón.

Antes, en el que abría plaza no pudo mostrar esa misma dimensión. Sí que lo hizo en banderillas, arrollador como siempre, pero a la franela llegó con muy poco recorrido y fuelle. Insistió, se justificó, pero a la labor le faltó acople e incluso fue ligeramente protestado antes de tomar los aceros.

El Juli. También cumplió el veedor de El Juli, que en primer lugar estoqueó un toro de Domingo Hernández que no hizo cosas buenas de inicio, y que terminó entregado a la muleta del madrileño. Su maestría se dejó ver al no dejarse tocar el engaño hasta terminar de encelar a un toro muy grandón. La fase preparatoria se prolongó por algunos minutos, pero finalmente hubo que darlo por bueno visto que la faena fue a más con circulares por ambos pitones muy jaleados, así como un cambio de manos entre ambas series de nota. Así, se ganó una oreja solicitada mayoritariamente tras estar muy por encima de un toro que fue siempre con la cara arriba.

Tras este toro manejable, el lote de Garcigrande se completaba con el quinto, un animal que no tenía ese fondo de calidad de su hermano. Pese a todo, a un torero en estado de gracia como es Julián López le sirve todo lo que sale de los chiqueros. Poco a poco lo fue encelando en una labor que fue ganando en emoción. Con las zapatillas muy plantadas en el albero, exprimió sus embestidas con un arrimón de esos que cortan la respiración; pasándose los pitones por lugares inverosímiles. Las manoletinas finales provocaron un delirio que solo se enfrió tras pinchar y precisar un descabello tras una estocada. No obstante, paseó clamorosamente otra oreja.

Alejandro Talavante. Quien empezó peor fue el encargado de seleccionar los toros de Alejandro Talavante, los de Zalduendo. Fueron los más pobres de presencia, y el primero de ellos además se rajó muy pronto. Y eso que había hecho cosas buenas de salida ofreciendo el torero un quite por chicuelinas y unas revolera con clase. Luego comenzó la faena por estatuarios, donde ya cantó que duraría poco. Ya en los medios le costaba coger la muleta, no porque le faltara calidad, sino sencillamente porque no podía con el rabo. Así, como no estaba sobrado de casta, terminó por irse a tablas permitiendo que se le instrumentaran series cortas, aunque con un gran empaque.

Pudo enmendar su labor con el sexto astado de la tarde, un toro que no fue malo pero tampoco realmente bueno. Como dicen ahora, se dejó. Pero nos quedamos con la miel en los labios. Probablemente suyos fueron los mejores naturales de la tarde y también de la feria, con mucho temple y elegancia. Pero faltó una rúbrica importante, redondear una faena más allá de las manoletinas. Llegó el torero hasta donde quiso el toro, pero le faltó un par de tandas más para redondear definitivamente su labor. Eso al margen de acertar con los aceros, pero eso, visto lo visto importa poco, ya que aún así se le solicitó una oreja que en esta ocasión la presidencia de La Malagueta no concedió.