La espera puede llegar a eternizarse, pero parece que con Mena el reloj no marca las horas. La familia ha salido temprano de Vista Franca. O de El Palo. O de la Virreina. Una incursión por las calles del Centro para coger el mejor sitio posible, instalarse en las aceras y aguardar de forma paciente y sin moverse ya tenga que cruzar el Papa, a que pase el primer legionario que sirve de escolta militar al Cristo de la Buena Muerte. Puede que solo vayan a ver la Legión. Puede que solo busquen escuchar el Novio de la Muerte. Pero seguro que también dedican oraciones al Cristo. Esa familia tendrá problemas, como todas, y confían en la intercesión definitiva de la imagen como fiel representación de quien fue crucificado por todos.

No lo ven pasar ya que están allí. Van precisamente para verle pasar. Para quedarse admirados con una cofradía completa, de principio a fin. Una cofradía que tiene su propia idiosincracia y que quiere defender su personalidad. Porque es así y así gusta en su seriedad marcial. Y se lleva a la gente de calle. Desde bien temprano, además. Primero para ver el desembarco de los caballeros legionarios en el puerto que llegaban en el buque Contramaestre Casado, de la Armada. Después para asistir al traslado en la plaza de Fray Alonso de Santo Tomás. Y esperar. Y esperar. Y esperar. Mientras el segundero no corre.

Los que corren, más bien vuelan, a paso ligero, 120 paso por minuto, son los legionarios en su recorrido por la Alameda para llegar al Perchel. Y esas rápidas pisadas resuenan con los vivas a la Legión que le dedica el público apostado cuando se acercan al espacio acotado para el traslado.

El almirante de la flota, Santiago Bolívar, presidió este año la parada castrense, a la que también asistieron todas las autoridades posibles, encabezadas por el ministro de Justicia, Rafael Catalá, después de participar el Miércoles Santo en el acto de liberación del preso de El Rico. Se inició el traslado con el relevo del estandarte del Cristo de la Buena Muerte, que el Tercio I de la Legión Gran Capitán, con base en Melilla, entregó al segundo Tercio Duque de Alba, de Ceuta. «Legionarios a luchar, legionarios a morir». Formaba la compañía en la plaza, perfectamente alineada.

En el interior de Santo Domingo se escuchaba el Credo Legionario justo antes de que el sol de la mañana bañara el cuerpo semidesnudo del Crucificado de la Semana Santa de Málaga escoltado por los distintos guiones y banderines. Clarín, Marcha Real y el Novio de la Muerte para recorrer la plaza en un itinerario cuadriculado. Breve. Intenso. Tras el homenaje a los caídos, el cardenal Fernando Sebastián, que estuvo presente, tomó el micrófono para invitar a rezar «por todos los que dieron su vida por la patria y la justicia y por la paz en el mundo». Acababa así el traslado, con el Cristo dirigiéndose al salón de tronos para ser entronizado, la misma operación que desde hace años realiza Antonio de la Morena, que recibió el relevo de Manuel Montero, recientemente fallecido. La congregación recupera así su custodia después de habérsela confiado a la escuadra de gastadores que lo han llevado a hombros.

Mena arrancó ayer, Jueves Santo, de manera simbólica, el programa de actos con motivo del centenario de la fusión de la cofradía del Cristo de la Buena Muerte y la hermandad de la Virgen de la Soledad en 1915. Actos que culminarán en octubre con una salida extraordinaria a la Catedral. Y más aún, el 11 de junio de 2016, cuando la Soledad sea coronada canónicamente como una de las devociones más añejas de la ciudad.

La Virgen ayer no podía ir mejor. Más elegante. Más exquisita. En todos los sentidos. En su atavío, con su soberbio manto, con la banda de Torredonjimeno, con flores precisas en sus ánforas y ese gesto tan suyo de dolor hacia adentro que conserva en su pecho con sus manos entrelazadas.