Para Juan Antonio Sánchez López, la quema de iglesias y conventos del año 31 no sólo se llevó por delante imágenes valiosas del pasado, como el recordado Cristo de Mena. También se perdieron tallas contemporáneas de gran valor artístico.

En su opinión, es el caso del grupo escultórico que acompañaba al Cristo de la Sangre, del valenciano Francisco Marco y Díaz-Pintado; la Piedad, del malagueño Francisco Palma García y la imagen de hoy, Nuestro Padre Jesús del Santo Suplicio, del escultor sevillano Antonio Castillo Lastrucci (1878-1967).

El artista, cuenta el catedrático de la UMA, proviene de la tradición del XIX en la que abundan el monumento público y las obras escultóricas en edificios. «Pero se percata de que todo eso va a desaparecer y, en el momento justo da un giro de timón a su trayectoria, experimenta un reciclaje y se convierte en lo que llamaríamos un imaginero, aunque a mí no me gusta el término, sobre todo cuando se aplica a un escultor en toda regla como Castillo», apunta.

De la escultura pública pasa a especializarse en la religiosa y hay en él una fase de producción «capital e interesantísima» que va de 1921 a 1931 en la que crea grandes obras, «estudiadas a conciencia», antes de que pasara a una fase de fabricación en serie.

Juan Antonio Sánchez López destaca que, en esta primera fase de brillantez, Málaga jugó un papel «mucho más importante que Sevilla», porque fue Málaga la primera ciudad que, posiblemente, le encarga una obra procesional a Castillo Lastrucci: En 1922 realizó un cireneo para la Cofradía del Rico, una obra de la que por desgracia no hay fotos fidedignas y que también se perdió.

En octubre de ese mismo año, la Humildad le encarga un Pilatos y un soldado romano que acompañaban al Cristo antiguo del Ecce-Homo, también desaparecido. Por eso, cuando algunos señalan que el inicio de la obra de Castillo Lastrucci se encuentra en el grupo de La Bofetá de Sevilla, de 1922-1923, hay que precisarles que en Málaga ya llevaba ese mismo tiempo realizando encargos, señala el experto.

El catedrático de la UMA califica la imagen del Cristo de La Bofetá de «un experimento de concepto algo desconcertante en su resultado final». Y se evidencia una clara evolución cuando en 1925 Zamarrilla le encarga el Cristo del Santo Suplicio. Con esta imagen, «nace su modelo, además de que fue su mejor Cristo con diferencia», comenta, al tiempo que señala que, en nuestros días, de las tallas cristíferas supervivientes, la mejor puede considerarse la de la hermandad de San Benito de Sevilla, «y es lógico porque es muy parecida a la de Zamarrilla; prácticamente es el mismo Cristo, más dulce, mientras que el Santo Suplicio de Málaga es más poderoso, más introvertido». «Pero el de San Benito es de 1927-1928, así que queda fuera de duda que el prototipo es el de Málaga», subraya. Por eso recalca que, si se hubiera conservado, «se diría que de este Santo Suplicio partió verdaderamente el estilo de Castillo Lastrucci».

Se trataba de una figura entera, con la túnica encolada y a juicio del catedrático «una síntesis del neoclacisismo del italiano Ignazio Jacometti y de la estética inconfundible de Juan Martínez Montañés».

En este sentido, comenta que no tiene el dramatismo de las obras de Juan de Mesa, sino que se trata de una imagen muy introvertida. «Tanto Castillo Lastrucci como Juan Manuel Miñarro son los únicos que se han basado más en Montañés que en Juan de Mesa», explica.

También resalta que era discípulo del sevillano Antonio Susillo, «uno de los grandes escultores románticos de España», y cómo este Cristo encarna el héroe del Romanticismo: «Es un héroe derrotado que en la derrota encuentra su grandeza. El ideal está aquí».

Nuestro Padre Jesús del Santo Suplicio fue destruido en la ermita de Zamarrilla. En cuanto a la altura de la talla, «podía ser una imagen de nuestros días».