Si de la talla examinada ayer, el Cristo de La Pollinica, había escasa información, de Nuestro Padre Jesús de la Columna por suerte sí se conservan datos inequívocos sobre su origen: un concurso artístico.

Como explica el catedrático Juan Antonio Sánchez López, en 1799 la hermandad de los Gitanos convocó un concurso al que concurrieron los escultores Mateo Gutiérrez y Francisco de Paula Gómez Valdivieso. Este último fue quien ganó. «Se sabe porque se conocen los votos que obtiene en el cabildo: 33 frente a 22», precisa el experto. El escultor recibió por su trabajo 1.400 reales de vellón.

Gómez Valdivieso es un autor malagueño a caballo entre los siglos XVIII y XIX, inmediatamente posterior a Fernando Ortiz.

El Cristo de la Columna desapareció en el incendio de mayo de 1931 en la iglesia de la Merced. Del autor se conserva en Málaga una única pieza, un San Francisco de Paula que, al encontrarse en una ermita del convento de la Victoria, por entonces hospital militar, se salvó de la quema. Hoy se conserva en la capilla del Monte Calvario.

Sin embargo, esa talla que sobrevive es «muy afectada», en comparación con los testimonios fotográficos del Cristo de la Columna, que era «una talla más fina», comenta Juan Antonio Sánchez López. Y no es que la primera fuera una obra de juventud, sino que Gómez Valdivieso debía de ser, a su juicio, «un artista muy desigual».

En el caso del Cristo de los Gitanos, «se nota que no abandona el Barroco» y está en la línea de otras piezas barrocas malagueñas «muy sosegadas». «Visualmente esta obra era muy clásica, se amolda muy bien a la época. Se puede considerar como un barroco clasicista», precisa.

Con respecto al estudio anatómico y como en muchas ocasiones ocurre cuando se representa a un Cristo de la Columna, el escultor realizó un estudio del natural con un modelo vivo.

«Es un desnudo como muy fibroso y delgado, muy del tipo medio de una persona de la época, espléndidamente modelado», comenta. En relación con esto, Juan Antonio Sánchez López recuerda que las imágenes antiguas son en general mucho más pequeñas que las actuales, «porque el tamaño natural ha ido cambiado: en el siglo XVII el tamaño medio de una persona podía ser el metro y medio».

Como recuerda, «el canon de las imágenes procesionales crece en el siglo XX», y no sólo porque los tronos aumenten de tamaño, «sino por el propio concepto de lo que es una imagen procesional». En ciudades como Cádiz, Granada, Antequera o Jerez, donde todavía procesionan tallas de esa época, puede verse el menor tamaño de las obras.

Los cuatro ángeles

Tras la quema de mayo de 1931, lo único que se pudo salvar de la imagen original fueron los cuatro ángeles que todavía procesionan cada Lunes Santo y de los que el catedrático de Historia del Arte ya habló en La Opinión la pasada Semana Santa.

Entonces recordaba que eran de las pocas piezas rescatadas de la desaparecida iglesia de la Merced y formaban parte de una tradición muy arraigada en Málaga: «Casi todas las imágenes de cristos e incluso de vírgenes solían estar escoltadas por una pareja de ángeles niños».

En lo que respecta al Cristo de los Gitanos, se trata de unos ángeles plañideros, un tema muy recurrente en la escultura y la pintura barrocas, recordaba el año pasado.

Para el catedrático, a la vista de las fotos, tanto el Cristo desaparecido como los cuatro ángeles que se conservan son «de muy buena factura».

Como va a ser habitual en la Semana Santa de Málaga tras las quemas, la Cofradía de los Gitanos encargará en 1942 al escultor Juan Vargas Cortés una copia de la imagen destruida, «pero no la hace, realiza su propia versión personal que parte de esta obra», precisa el profesor.