"Cantemos al Amor de los amores, / cantemos al Señor. / Dios está aquí, / venid adoradores, / adoremos a Cristo Redentor. / Gloria a Cristo Jesús, cielos y tierra bendecid al Señor: / honor y gloria a Ti, Rey de la gloria; / amor por siempre a Ti, Dios del Amor." Así comienza la canción 'Cantemos al amor de los amores', que se cantan con cierta asiduidad en misa. Una canción que vuelve a la cabeza de los que estuvieron presentes en la salida del Nazareno de la Pasión cuando salió del interior de la Catedral. La Banda de Cornetas y Tambores de la Esperanza comenzó a interpretar la versión musical, adaptada por Cigarreras, de esta canción. Era difícil no empezar a tatarear la letra.

No parece que la elección de esta marcha sea casual. No cuando hablamos de la Archicofradía de la Pasión, que ha sabido convertir su salida procesional en una oración continuada. La misma letra de la canción es el final perfecto a la estación penitencial realizada por la archicofradía y que es el verdadero eje de la estación penitencial. Sin la Catedral, la Pasión se quedaría huérfana y es por eso su insistencia en realizar el recorrido completo por el interior, mientras se reflexiona sobre las advocaciones de la hermandad y se continúa con el rezo.

El silencio de la plaza de los Mártires en el momento de la salida de la Pasión no es sepulcral. Es expectante. Cómo cuando los fieles están pendientes de que el sacerdote comience una oración. Saben lo que va a ocurrir. Las pesadas puertas de los Mártires se abren a la tarde luminosa del Lunes Santo y comienza la letanía de nazarenos, como cuentas de un rosario que van pasando por parejas. Una pareja, otra pareja, otra pareja. La cera roja cae con contundencia y mancha los guantes blancos. El morado de las túnicas reparte silencio a su paso. Llega el trono del Nazareno. La plata brilla bajo el sol. El manto de claveles rojos, perfectos, anuncia la pasión. El rostro tallado por Ortega Bru mira a sus portadores. Los hombres de trono de la Pasión tienen muy aprendido su papel de cirineos. Está grabado a fuego. Dejan de ser portadores, hombres de trono con nombre y apellidos, para transmutarse en anónimos cirineos de Jesús. Su rostro es el morado de la humilde tela de sus faraonas.

La llegada del Amor Doloroso dulcifica las sensaciones. Su rostro aniñado, el trono de plata, el bordado en oro de su palio y manto, la delicadeza de su mirada y las manos recogidas nos aportan cierto reposo tras contemplar la Pasión de Jesús. La salida del interior de los Mártires siempre es compleja, ajustada. Es posible gracias a pocos centímetros. Parece un milagro, aunque todos sepamos que es una demostración de amor de los hermanos de la Pasión.

La estación penitencial en el interior de Catedral fue larga. Las puertas se cerraron cuando entró toda la procesión. No fue un pasar por el templo, sino una estación en toda regla. Fueron los primeros en abrir la Catedral a la Semana Santa y lo hicieron por algo, porque eso le daba sentido a su procesión y no están dispuestos a perder su carácter.

Al Nazareno le esperaba la Banda de Cornetas y Tambores de la Esperanza en el patio de los Naranjos. Puestos a rezar, mejor hacerlo con la mejor música. La Virgen del Amor Doloroso salió al ritmo de 'Virgen del Valle', una de las grandes marchas compuestas y que fue interpretada magnificamente por la Banda de Música de Arahal, que sigue destacando por sus interpretaciones.