Mira tú, nazarenito, que hay cosas que arreglar en la Semana Santa malagueña, tantas que este artículo se quedaría corto para enumerarlas: el tema de los cangrejitos, la indignidad de quienes ocupan la calle con sillas y plantan allí sus santos reales hasta que pasan todas las procesiones y, para más inri, miran con mala cara a aquel que quiere atravesar la vía; el postureo de algunos cargos directivos que se creen capitanes generales; los políticos que van a hacerse la foto dándole a la campanita aunque no les importe nada qué es lo que procesiona sobre el trono -no son todos, sólo algunos y de todos los bandos-; lo de las sillas, el nuevo itinerario, etcétera... Pero el problema, mire usted, es la prensa. ¡La prensa! Ayer, en una salida procesional, un guardia civil le dijo a un periodista que se quitara de enmedio cuando el trono de un Cristo avanzaba. El «quítese de ahí» no tiene importancia. De hecho, la importancia la tienen el tono, sin por favor, y la mirada displicente cuando esas palabras salían de su boca. El periodista respondió: «Estoy haciendo mi trabajo», y el esforzado picoleto contestó: «Usted estará haciendo su trabajo pero el trono tiene que salir», a lo que el redactor le contestó: «Como sale todos los años». Ahí quedó la cosa. Un roce verbal sin más, pero mire usted que esa anécdota revela el problema que, según algunos, existe en la Semana Santa: que los fotógrafos, los cámaras y los que les cuentan lo que pasa en las calles en la Semana Mayor a miles de personas estorban. Y no siempre es la policía. Ayer, a una compañera del que esto firma una señora le dijo que lo que tenía que hacer era llegar antes a las salidas de las procesiones (¿saben cuántas procesiones hace un redactor de cualquier medio un día de Semana Santa?), y eso que llevaba la acreditación de la Agrupación de Cofradías de Semana Santa. Es hora ya de dejar de ver a los periodistas como enemigos en todas partes, porque algunas personas parecen el niño de El Sexto Sentido en busca de fantasmas. Gracias a Dios, en los últimos años se ha ganado un importante terreno en cuanto a respeto profesional para los periodistas, para lo que han sido claves la acreditación y la extensión de una mentalidad más abierta en cuanto al trabajo de quienes simplemente quieren contarles historias para que se informen, interpreten y puedan opinar con conocimiento de causa, y eso pese a los desmentidos de algunas informaciones que luego son confirmadas por la fuerza de los hechos, tanto como que el que esto firma vio cómo una hermandad del Domingo de Ramos salió con media hora de retraso, como el resto, por la lluvia. Luego resultó que alguien dijo que eso no era así y, al rato, que sí. Lamentable. Pero en fin, son gajes del oficio. Acostumbrados estamos ya a esa manida frase: «Contraste usted la noticia», sin saber muchas veces, quien la pronuncia, qué carajo significa eso de contrastar en el buen hacer periodístico.

Lo dicho: vean a los periodistas como sus aliados, no como enemigos a batir en una plaza repleta de personas que esperan la salida de un Cristo y una Virgen. Al final, el Cristo sale todos los años, siempre que no llueva.