(Cartagena) El pelotón entró en la iglesia del pueblo, apenas un villorrio perdido en los valles malagueños, unos minutos antes de las doce. El cura se preparaba para Misa de Gallo, mientras unas cuantas beatas aguardaban de rodillas el sermón de Nochebuena, pasando interminables cuentas de rosario.

- Ése es el maldito rojo - dijo una voz recia y varonil y un índice acusatorio lo señaló sin titubeos.

Ya en el paredón, a punto de ser fusilado, Antonio pidió vendarle los ojos. Al tiempo que despaciosamente le hacía un nudo bien apretado en la nuca, le dijo al oído:

- ¿Te acuerdas so cabrón, que una noche como ésta me invitaste a compartir el "amor de Cristo", me violaste y me hiciste creer que si decía algo, el Señor me castigaría a mí y a toda mi familia? Me callé, 23 años me callé, pero ya no me callo más. Tú ya no arruinarás la vida de ningún otro niño. ¡Feliz Navidad!