A las once en punto de la noche Orión se levanta, es un decir, por encima del Castillo, para un observador que esperase en la Plaza de la Merced, antes de Riego, la llegada del Señor de la Columna. Y en el cinturón de la constelación enorme, las tres estrellas blancas se alinean sobre la torre del homenaje trazando una línea levemente quebrada de luz sobre la oscuridad meridional del cielo del abril incipiente. La ráfaga de soles distantes delinea en la negrura un nimbo blanco que remeda el techo de un palio salpicado de bordaduras siderales. Y aunque nada ilumina mejor que el firmamento, el general apagón urbano establece dos polos de luz contrapuestos, estelares a años luz y candelerías escalonadas con simetría obsesiva, tres Marías junto al pollero, tres Marías sobre Gibralfaro.