Me pego al varal al repique de las campanas y meto el hombro con devoción. No puedo oír los aplausos del gentío, ni los sones de la marcha que guía mis pasos. Solo puedo sentir un susurro que nace en lo más profundo de mi alma.

"Elegí dar la vida por amor a vosotros, que mi sacrificio no sea en vano". La voz se apaga y después sólo escucho el silencio

Miles de perlas saladas surcan mis mejillas y caen al suelo de mi Málaga. El señor dijo que donde dos o tres estuvieran reunidos en su nombre, allí estaría Él en medio de ellos. Miró a mi alrededor y no veo a dos o tres personas, sino a una ciudad entera en la calle, dando muestras de su fe. Porque eso es la Semana Santa malagueña, una muestra de la fe del pueblo.