La talla del Cristo de la Sangre, de autor anónimo, devorada por las llamas en la iglesia de la Merced en mayo de 1931, era una de las dos obras más antiguas de la Semana Santa, «coetánea en el tiempo con el Cristo de la Veracruz -del siglo XVI- aunque más avanzado estéticamente a aquel», señala el catedrático de Historia del Arte Juan Antonio Sánchez López.

Las dos imágenes, la del Cristo de la Sangre y la de Veracruz, se enmarcan en el nacimiento de los conventos de la Merced y del franciscano de San Luis El Real -donde se encontraba el Cristo de la Veracruz- y en el de sus respectivas hermandades.

Además, son dos corporaciones tan coetáneas que hubo una disputa para dilucidar qué cofradía era más antigua y por muy escaso margen temporal se resolvió que la Primitiva de la ciudad resultaba ser la Veracruz: «Era lo lógico, porque los franciscanos solían acompañar al ejército cristiano como capellanes y consecuentemente eran los primeros religiosos en asentarse y fundar en los territorios conquistados», argumenta.

Sin embargo, el catedrático malagueño considera que, desde el punto de vista plástico, el Cristo de la Sangre «es más avanzado que el de Veracruz, que es más arcaico». «Tampoco son completamente góticos porque ya están en una fase más depurada de progresiva transformación estética hacia otros parámetros más del gusto humanista», apunta el profesor, que señala que el Cristo de la Sangre es una talla «más monumental», aunque todavía con ciertas huellas del gótico como su rigidez, aunque en su opinión, lo más goticista de la escultura es la cabeza y el expresionismo de la faz, plasmada todavía «con el tono severo de las obras medievales». Por lo que se aprecia en las fotografías antiguas lucía una policromía que buscaba impactar y por eso exageraba «los moratones de las heridas».

Por esa mencionada monumentalidad, y porque la imagen mediría cerca de 1,80 de estatura, Juan Antonio Sánchez López considera probable que presidiera el altar mayor de la Merced. Del escultor, reitera, no se conoce nada y tampoco si fue una obra «encargada fuera y traída a Málaga o encargada en Málaga».

El hermano y el valenciano

En 1858, el escultor Antonio Gutiérrez de León, hermano de la Sangre, dona una Virgen sentada a los pies de la cruz y entre 1879-1880 hace un San Juan y una Magdalena.

Cuando el recordado Antonio Baena Gómez es nombrado hermano mayor se busca un grupo «de mayor grandiosidad», que realiza Francisco Marco Díaz-Pintado, artista valenciano que fue profesor y catedrático de la Escuela de Artes y Oficios en Sevilla. El escultor lo ejecutó en dos fases entre 1922-1924: en la primera incorpora el Longinos, el caballo y el auriga y al año siguiente sustituye las imágenes de Antonio Gutiérrez de León por otras tres y añade una cuarta figura femenina. Pese a tratarse de un Cristo «medievalizante», el añadido de estas figuras modernas no desentonaba. «No encajaba mal», estima el experto.

Este grupo escultórico tuvo una vida muy corta, apenas siete semanas santas, pues se perdió en las quemas del 31. Juan Antonio Sánchez López lo califica como «una de las grandes pérdidas de la Semana Santa porque era un grupo soberbio, extraordinario escultóricamente hablando y estaba maravillosamente bien compuesto».

Como resalta, la pérdida provocó «un gran impacto en la prensa de Málaga, porque además coincidió con el trono nuevo». En 1931 se perdieron para siempre el Cristo del XVI y las figuras del valenciano. Del grupo anterior, las tres figuras de Antonio Gutiérrez de León, sólo se salvó la Dolorosa. «De hecho, hay un proyecto por parte de la hermana mayor para darle culto en la iglesia con una advocación que ahora mismo no tiene», informa.