Fin. Esto se acaba. El síndrome cofrade llega a su cénit. Un síndrome de síntomas y signos que concurren en tiempo y forma y que son comunes a los cofrades. Características: sólo ver, pensar, oír, hablar, de titulares, cofradías, hermandades, traslados y salidas penitenciales. Esto es lo que nos espera en estos mal contados días de vísperas. Aún no ha comenzado la Semana Santa y ya incluso estamos previendo el final, algunos hasta

deseándolo de puro cansancio. En La Opinión, las redes de la metrópolis echan humo, en versión 2.0 o 3.0, ni se sabe, de lo rápido que van. Los labios comentan algún que otro afilado saetazo mientras los agoreros miran al cielo desde el balcón de Pilatos, o las torrijas se mezclan con el bacalao con tomate de los viernes. La política cofrade está ya aletargada en palabras y sólo la civil estará expectante al martillo de turno, aunque quizás les hubiera venido mejor que la campaña se alargara para poder tomar el martillo de doble empuñadura, el de los pulsos, vamos.

La cuota femenina, laboriosa, sigue esperándonos, ayudándonos y preparando la salida, a nuestro lado, siempre, y que no nos falten nunca esas mujeres. Como nuestra pregonera cuyas reivindicaciones hago mías. Mujeres que sonreirán ante La simbiosis de jóvenes y mayores que trabajan estos días en una sola dirección: la salida procesional, con el único fin de poner en las calles su tesoro más preciado. Y nosotros, los cofrades, contamos las horas para ver hecho realidad un sueño por el que hemos estado luchando en mayor o menor medida, ¡Qué más da cuánto, si en el fondo nos gusta!

Nos cruzaremos en las calles, entre cera, incienso y plegarias, ustedes con sus titulares y yo con mi Cristo de la Vera+Cruz que este año ha renacido para algunos ojos aunque fue un verde retoño por el que luchamos cuatro locos. Renacer de nuevo a la vida que se nos ha escapado este año. Cerrar el círculo. El principio del fin. Ese principio que comienza el Domingo de Resurrección cuando toma sentido todo lo que hacemos, cuando podremos volver a poner en práctica, algo que debería ser tan normal como… un cofrade, una sonrisa.