Para la Real Academia Española un iluso es alguien que tiende a ilusionarse con demasiada facilidad o sin tener en cuenta la realidad. Jonás Trueba confiesa que hay algo de esa acepción -el «despegarse de la realidad», con el riesgo que conlleva- en la «filosofía de hacer cine» de Los ilusos, la productora con la que él y otros amigos dan vida a proyectos como 'La virgen de agosto', que estrena hoy en el Cine Albéniz.

Por primera vez pone a una mujer en el centro. ¿En qué medida le ayudó la colaboración con Itsaso Arana?

Es fundamental. Tenía claro que iba a dar el salto de hacer una película protagonizada por una mujer, pero me daba respeto o no tenía la madurez o la valentía, y, de repente, con Itsaso, podía ir más lejos y pisar más seguro. Firmamos el guion los dos, pero la escritura más poderosa es la que hace ella delante de la cámara. Ha dado muchísimo de sí misma, que es como me gusta que trabajen los actores, pero no es tan evidente encontrarlos que se presten a esa forma de trabajar, de entregarse.

Que tengan esa fidelidad...

Exacto. Yo me considero una persona fiel y valoro mucho la fidelidad, sin que eso quiera decir que te casas, que firmas un papel con sangre. Nosotros no hemos firmado nada y es una fidelidad que queremos mucho porque la vamos renovando con cariño, película a película. Con cada una de las personas del equipo, de los actores con los que he trabajado, siento que hay una fidelidad mutua que es el verdadero tesoro que tenemos.

Eva es un nombre que evoca a la mujer primera, la mujer cero. ¿Había algo de eso?

Sí. Es evidente que tiene connotaciones. Y hay una película de los 40 de Preston Sturges que a mí me encanta, Las tres noches de Eva, que es muy inspiradora porque trata acerca de la fe en el cine. Es muy importante que no perdamos la fe, una clase de fe que como espectador tienes que tener en lo que estás viendo en la película, incluso en cosas que sabes que son inverosímiles, pero que en la película pueden ser posibles. En La virgen de agosto hay una necesidad fuerte de creer en lo que ves. Si no, no es lo mismo.

Eva busca una nueva forma de estar en el mundo. Los cineastas como usted, ¿buscan una nueva forma de hacer cine?

No es que crea que inventamos nada, pero no nos conformamos con la forma de hacer cine que impera y que muchas veces lo que hace es convertir al cine en un atropello, donde todo el rato hay que estar pensando en el dinero y donde casi siempre hay prisa, y es una paradoja porque el cine es el arte del tiempo y sin embargo parece que nunca lo hay. Nosotros intentamos luchar contra eso a nuestra manera, haciendo películas que son pequeñas, humildes, pero donde sentimos que podemos disponer de nuestro tiempo un poquito más.

¿Hace falta valor para ser el director que uno quiere y no el que otros quieren?

Intento encontrar mi manera, que no sé si es valiente, pero al menos que sea verdadera. Me preocupa mucho hacer películas verdaderas, genuinas.

En una época donde importa el número de me gusta y se impone el postureo, ¿se puede ser una persona de verdad?

Está todo demasiado basado en esa cosa del like, del gustar, del epatar. Intento vivir ajeno a eso y de vez en cuando hacer una película en la que creo que puedo dar lo mejor de mí. En el cine he encontrado un formato que me gusta porque la película no es una foto que hago rápido y cuelgo en Instagram, en las redes sociales. Una película siempre va a ser algo en lo que he pensado mucho, reflexionado, trabajado, compartido con otras personas que quiero, que me ayudan...

Eva va al cine en un mundo en el que las plataformas de contenido incitan a muchos a quedarse en casa. ¿Qué opina?

Qué emoción estrenar una película y saber que está yendo gente a verla, unos en Madrid, otros en

Málaga... Gente que ha sabido que existes y que ha decidido salir de casa, comprar una entrada y apagar el móvil y sentarse dos horas a ver una película. Para mí es incomparable. Comparado a estar sentado en casa, encender la tele, poner Netflix y a ver qué echan, el gesto de ir al cine cada día me parece más bello. Es más hermoso ir al cine, más emocionante, que hace cien años, cuando lo inventaron los Lumière. Porque entonces era un acontecimiento, pero ahora es un acto de fe más evidente que nunca. Va contra la comodidad, contra la lógica.