Los padres tienen que evitar reproches y castigos. | TANIA DIMAS EN PIXABAY

Del ‘sólo te lo repito una vez’ de nuestros padres o abuelos se ha pasado al ¿cuántas veces te lo tengo que decir? o del ‘hay sopa para cenar’ al ‘¿qué quieres comer?’. Los padres con tal de que sus hijos sean felices y se mantenga la paz familiar olvidan el principio de autoridad, que nada tiene que ver con el autoritarismo, y se alejan del sentido común a la hora de lidiar con su prole.

El objetivo de que los hijos respeten y obedezcan se ha transformado en que no se enfaden, no chillen, no se frustren… hay exceso de sobreprotección y consentimiento y los resultados pueden llegar a ser nefastos.

Maribel Martínez, psicóloga especialista en terapia breve estratégica, explica a EFEsalud como paradójicamente la actual generación de padres es incapaz de lidiar con las cosas más básicas de la educación de sus vástagos, a pesar de que se han «profesionalizado».

Profesionalizado quiere decir que son padres «que se preocupan por todo lo que afecta a sus hijos y se dedican a ellos en cuerpo y alma. Acuden a cursillos, leen libros, se implican en las asociaciones de madres y padres. A priori todo ello debería entenderse en clave positiva, pero la realidad es que a menudo se desatiende el objetivo más importante: educar en la autonomía personal y los valores».

En su libro ‘¿Cuantas veces te lo tengo que decir ?’ (Arpa), Maribel Martínez afirma que es crucial que los padres entiendan que tiene que haber un principio de autoridad, que no pueden ser amigos de sus hijos, que no se puede negociar ni explicarles ni preguntarles todo y que deben replantearse qué es lo que no funciona para abordar otras estrategias.

En su libro, dirigido a padres con hijos de 5 a 12 años, la autora afirma que está claro que lo primero es el sentido común.

En su consulta lo primero que les aconseja a las parejas es que no permitan a sus hijos hacer aquello que ellos nunca hubieran hecho a sus padres.

Además, hay que evitar los reproches o los castigos tipo no verás la televisión en un mes, que luego además nunca se cumplen.

Tampoco, señala, resultan efectivas las descalificaciones: «eres un vago»; ni los sermones, ni las amenazas: «como vuelvas a suspender» o el chantaje emocional: ¡Qué decepción!

Así frente a los suspensos, Martínez sugiere, entre otras pautas, preguntar sobre el problema ¿Cómo es que has suspendido? y ante las respuestas típicas del profesor me tiene manía, interrogar cuánto ha estudiado, cómo ha estudiado, etc. sugiriendo al mismo tiempo inquirir sobre las soluciones en lugar de imponerlas, cuestionarle qué puede hacer diferente, tipo ¿si hubieras estudiado más te habría salido mejor?

La hora de las comidas también tienen cabida en su libro: niños que comen poco, que se levantan de la mesa, que no les gusta nada, o que se tiran horas jugando con la comida.

Para empezar, aconseja marcar un tiempo de diez o quince minutos para cada plato.

«Cuando finalicen los tiempos marcados se recogerá la mesa, aunque el niño no haya acabado, pero nada de sermones dietéticos que al menor no le importan, y sí en cambio refuerzo positivo del tipo tendrás cinco minutos más de televisión si te acabas las verduras».

Se trata de evitar que las comidas se conviertan en momentos de estrés y de aprovecharlas para hablar de cosas que interesen.