­Y Pilatos se lavó las manos. La suerte estaba echada. El Martes Santo había quedado descafeinado, algo insípido. Extraño. Pero las cofradías que estaban en la calle estaban poniendo todo de su parte para que las ausencias de Penas y Nueva Esperanza no se notaran. La Sentencia no quería ser menos. Existía aún la incertidumbre por saber qué habían hecho las demás. Las preguntas se repetían en el salón de tronos y en los pasillos. La noche absolvió a esta cofradía que aprovechó la tregua que dio el cielo. Sólo pedía que no hubiera retrasos y no los hubo.

Dentro de la casa hermandad se vivía el mismo ambiente que se respira en estos casos. Ajetreo, calor, nervios e ilusión. El de la Sentencia es un nuevo ejemplo de cómo los cofrades son capaces de organizarse en mitad del caos. Sólo en apariencia, porque se trata de un desorden perfectamente ordenado de capirotes, túnicas, capas y faraonas.

Desde la megafonía se iban enumerando las secciones. En la puerta ya aguardaba la cruz guía. En el exterior, Francisco Javier Arroyo, presidente de la Audiencia Provincial de Málaga, daba los toques pertinentes para que se abriera el portón de grandes hojas verdes. La banda de los Moraos, de Alhaurín de la Torre, que iba en cabeza, le dedicaba el himno nacional a la cruz cuando ésta se plantó en la frontera que separa el interior de la calle.

Los nazarenos parecían avanzar como en una sucesión a cámara lenta que reforzaba la elegancia de la comitiva. Mientras tanto, el Señor avanzaba unos pasos. Lucía la túnica persa diseñada por Juan Casielles. El trono de Pérez Hidalgo lucía un exorno en tonos morados compuestos fundamentalmente por lirios y cardos. Pilatos seguía igual de cobarde que siempre. Al procurador le da igual: cada Martes Santo va a seguir demostrando a Málaga que, por desgracia, en ocasiones, para escalar hay que vender a los inocentes aún sabiendo de sobra la injusticia de sus actos. De esos hay muchos, tantos que podrían nombrar a Pilatos su patrón: San Pilatos, protector de los trepas.

El Señor de mirada infinita

El Señor de Martín Simón ya estaba perdonando sin musitar palabra. Su mirada infinita es suficiente para saber qué podía estar pasando por su cabeza coronada de espinas. Los portadores regalaron sus hombros bajo unos nuevos varales de aluminio, más ligeros y más largos. Todo un descubrimiento.

En un instante ya caminaba con paso firme a los sones de Nazareno y Gitano por la calle Frailes, acompasado por la banda de música de Torredonjimeno.

Y enseguida, la calle se volvió de celeste único e inconfundible, del raso de los capirotes de los nazarenos de la Virgen del Rosario, que ya ocupaba el centro del salón de tronos. Las piñas apretadas, con rosas de color rosa y anthurium, del mismo color. En los frisos, uno superior y otro inferior, también tulipanes, calas y ranúculos, también.

Los primeros toques de campana los dio Isabel Gavilán, miembro de la junta de gobierno, que este año ha sido la pregonera de la hermandad y la encargada de presentar el cartel de Francisco Naranjo. El hermano mayor de la corporación, Eduardo Pastor, repetía de mayordomo de trono y supo solventar con una llamada la falta de un pabilero. Era fundamental que la Virgen del Rosario fuera ayer bien iluminada por la cera de su candelería, que lucía sellos alusivos a las letanías rosarianas, como programa iconográfico, y la cruz de Santiago tanto en las velas de la primera tanda como en las Marías. La banda de Cantillana atacó Encarnación Coronada y la calle Frailes, se puso a rezar una a una las cuentas de un Rosario de Misterios Dolorosos bajo palio.