La amenaza de la lluvia planeó desde primera hora de la mañana sobre las aspiraciones de las cofradías del Miércoles Santo. El cielo encapotado y gris, como las perspectivas de las hermandades. Tras un Lunes y Martes Santo a medias, el Miércoles sólo sirvió para confirmar la desesperación. La amenaza de que iba a llover a partir de la medianoche se repetía en los corrillos de nazarenos, portadores o simple espectadores en todo el Centro. Las decisiones de suspender las salidas procesionales fueron llegando poco a poco, como una losa. La decisión, una vez más, fue la acertada, ya que a las 23.30 horas empezó a caer una fina e insistente lluvia. Hubiera cogido a la mayoría de los tronos en la calle y sin posibilidad de guarecerse.

Apoyo de los hermanos

El interior de San Juan era un hervidero de nazarenos y portadores, todos revestidos con sus túnicas ceñidas con esparto o cíngulo. La mayoría se agrupaba por secciones y comentaban las últimas noticias. La pregunta estaba en boca de todos: «¿Saldremos?». Unos consultaban su móvil con conexión a internet, otros pasaban la información escuchada al vuelo sobre la previsión de lluvia. Algunos imaginaban soluciones alternativas para refugiarse o itinerarios más cortos.

Nervios. Inquietud. Miradas al reloj. Era las 17.30 horas. La puerta de San Juan se tenía que haber abierto a esa hora y la cruz guía plantada en la calle. Pero sólo había espera. Alguien pide silencio. Nadie habla en la nave de San Juan. Se mira al altar, pero todavía no aparece el hermano mayor. Sobre las 17.38 horas entra Eduardo Rosell, hermano mayor, con gesto serio. Le acompaña la junta de gobierno. Se intuye la decisión. Todos la veían venir, aunque guardaban la secreta esperanza de que no fuera así. Rosell fue claro, las previsiones anunciaban agua y el patrimonio había que preservarlo. Una decisión dura, pero avalada por unanimidad por la junta de gobierno, donde primó la responsabilidad.

El director espiritual de la Brigada Paracaidista, Francisco Muñoz Moreno, dirigió unas palabras de ánimo a los presentes e invitó a rezar a los titulares de la hermandad. Tras ello, los hermanos de Fusionadas se organizaron para recoger las túnicas y preparar los tronos. Pasadas las siete de la tarde se abrieron las puertas de San Juan y cada una de las bandas que iban a acompañar al cortejo ofreció un pequeño concierto.

Acierto de la cofradía

La plaza de San Francisco presentaba a las 18.30 horas de ayer un aspecto magnífico para ver salir a la Paloma en procesión. Los miembros de la Banda Municipal de Música de Madrid las pasaron canutas para llegar a la puerta de la casa hermandad; pidieron ayuda a la policía, incluso. Los Verdes de Alhaurín el Grande hicieron un colorido pasacalles con una marcha rápida para abrirse camino, pero las animadas notas no conjuraron el peligro de lluvia. No había nada que hacer. Se especuló con que la cofradía iba a adelantar la salida media hora (saliendo a las siete), pero no hubo suerte. La permanente se reunió y la Junta de Gobierno lo refrendó: no había procesión. El hermano mayor, José Carretín, explicó desde un balcón la decisión recorriendo la excusa del patrimonio. El hecho es que el hombre estaba cargado de razón. Iba a llover a partir de las 12.00 horas o durante la madrugada, y a ver quién era el guapo que exponía los enseres de la cofradía a la virulenta lluvia, que es uno de sus principales enemigos.

Su secretario leyó la decisión de la cúpula como si se tratase del fallo de los Oscar, con suspiro de expectación y murmullo de decepción incluidos por parte del público.

Se dieron vivas a Jesús de la Puente del Cedrón y a la Virgen de la Paloma, que quedaron expuestos en sus tronos de procesión con las candelerías encendidas hasta la hora de encierro (0.30 horas). La banda de cornetas y tambores de la Esperanza interpretó una marcha para animar a la multitud, pero ni aun así: hubo lágrimas, abrazos, decepción y más vivas. Lo difícil, más allá de que no salió la procesión, fue abandonar la plaza de San Francisco, cuyos balcones deben ser de los más engalanados de la Semana Santa con colchas, reposteros y hasta mantones.

Otro año será. Duele ver cómo dos pequeños de apenas cinco años se llevan sus cajitas con las palomas dentro preguntando cuándo van a poder soltarlas. El padre, vestido de nazareno, se aguantó las lágrimas, conteniéndose en un acertado ejercicio de la patria potestad.

La suerte estaba echada

Todo hacía indicar que la Sangre no iba a salir este Miércoles Santo. Era algo que se intuía desde bien temprano. Los archicofrades miraban al cielo y consultaban los distintos informes meteorológicos. El corazón decía una cosa, pero la cabeza otra bien distinta. Había que actuar con frialdad. La suerte, en realidad, estaba echada desde primera hora. La hermandad suspendía su procesión porque, en ningún caso, podía arriesgar el patrimonio y el interés general de la entidad ni de sus hermanos.

El hermano mayor, Mario Moreno, fue tan preciso como elocuente en sus palabras a la hora de anunciar que la Sangre, este año, no iba a derramarse por Dos Aceras. Que la Virgen de Consolación y Lágrimas iba a permanecer al refugio de su casa hermandad sin poder estrenar el dorado de su trono, exornado, como es ya una tradición, con lilium stargarce.

La Sangre sabía que ante la amenaza de lluvia, lo único que podía hacer era permanecer en casa. El tiempo jugaba en su contra, porque a medida que avanzara la noche, las probabilidades de que se registraran precipitaciones iban en aumento. «El mal tiempo y nuestro horario es lo que hace que no podamos salir. Cuando empiece a llover estaríamos a mitad del recorrido, sin poder volver», explicaba el hermano mayor. Y acertó de pleno. Al menos les queda el consuelo de que llovió, reafirmando que esta resolución, aunque dura, era la correcta.

La archicofradía decidió mantener las puertas abiertas hasta las dos de la madrugada, para permitir que todos los fieles pudieran visitar a los sagrados titulares entronizados en el salón de tronos, para que pudieran admirar el trance de la lanzada certera en el costado diestro o la serena belleza de la Virgen de Consolación y Lágrimas.

Ni se dieron toques de campana, ni se escucharon marchas procesionales, ni se pudo ver el movimiento hipnótico del palio de malla en su mítica maniobra de salida para enfilar Dos Aceras de camino a Carretería. En su lugar, gestos contrariados, llantos desconsolados y abrazos que se sentían en el alma... pero también la seguridad de haber hecho lo correcto.