Mientras casi toda Málaga se resignaba a vivir un Jueves Santo huérfano, en Santo Domingo surgió un rayo de esperanza. No venía del cielo, aún encapotado, venía de Mena, que se rebeló ante la lluvia con una declaración de guerra al pesimismo que se había instalado desde primera hora de la tarde. La congregación decidía salir a la calle y lo hizo cuando aún llovía con cierta intensidad en El Perchel. Puede que entonces muy pocos lo entendieran. Los partes meteorológicos que manejaban los congregantes, sin embargo, eran positivos, de ahí que adoptaran la decisión de llevar a cabo su recorrido, aunque acortándolo en su parte final.

¿Decisión valiente? Si la valentía consiste en arriesgar lo que es de uno, está claro que no, porque el patrimonio de la congregación no pertenece ni al hermano mayor ni a la junta de gobierno, sino a todos sus hermanos. Fue, en todo caso, una apuesta que los mantuvo en vilo durante todo su recorrido, que se hizo casi a paso legionario, aunque sin perder el orden, para reducir al máximo el tiempo de estancia en la calle ante la inestabilidad que seguía reinando y que anunciaba nuevas precipitaciones a partir de la medianoche; lo que sirve para demostrar, por otra parte, que a lo mejor, en realidad, las cofradías no necesitan tanto tiempo de paso.

De hecho, a las 21.00 horas ya estaba pidiendo la venia en la Tribuna, 35 minutos antes de los estipulado.

El plan era acortar por Atocha y evitar el rodeo por Puerta del Mar, donde habitualmente se hace el cruce con la Esperanza. Total, si este año no iba a producirse. Así la congregación se ahorraba más de dos horas y podría clavar el itinerario alternativo en cuatro horas y media, antes de que empezara a llover.

El Crucificado es una maravilla de la verticalidad que avanzaba, casi desfilaba, a los sones del Novio de la Muerte, que guste más o menos, forma parte de la banda sonora de nuestras vidas. Era la emoción continua, el aplauso incesante, el lleno absoluto en las sillas de la Alameda, aun siendo la única cofradía en la calle.

La banda de cornetas y tambores y de música de la BRILEG imponía la métrica tras el Cristo, la de Torredonjimeno interpretaba marchas procesionales tras la Soledad. Era una novedad en la comitiva, pero para estreno, el soberbio manto de la Virgen de la Soledad. Si venía majestuosa, más regia se marchaba, prendiendo las miradas a su paso en cada hojilla o tallo que se entrelazaban de la más armónica de las formas, abrigando su espalda.

Mena se estaba saliendo con la suya en una jornada de Jueves Santo que se inició una hora después, tras retrasar el desembarco de la Legión y el traslado del Cristo de la Buena Muerte. Pero a eso de las 22.30 horas, todos los planes se frustraron cuando empezó a llover de forma insistente. El Cristo estaba ya en la Tribuna de los Pobres, pero la Virgen de la Soledad aún se encontraba en la plaza de Uncibay, con su manto nuevo bajo el agua. Reaccionaron pronto, colocándole un plástico, y aceleraron el paso... pero le quedaba aún la mitad del recorrido. ¿De verdad que merecía la pena? La lluvia cesó a los quince minutos, pero pudo ser un escarmiento a tanta osadía.

Coreografía castrense

Los legionarios del II tercio de la Legión Duque de Alba, con base en Ceuta, desembarcaron en el muelle 2 del puerto de Málaga en el buque contramaestre Casado a las 12.50 horas y tras pasar revista a la tropa, la compañía de honores se puso en marcha para llegar a la explanada de Fray Alonso de Santo Tomás, que desde las 9.00 horas estaba llena para asistir al traslado. Sólo tardaron 20 minutos. Los rumores de tambores roncos, inconfundibles, resonaban desde lejos. Las pisadas eran rápidas. Las galas de las cornetas, al aire. Los aplausos, además, eran más sonoros conforme los soldados se acercaban a su destino.

El traslado de Mena es matemático, cuadriculado. Todos los años es igual. Los congregantes ceden a su Cristo a los legionarios y los cofrades sólo parecen poder asistir al acto y cantar el Novio de la Muerte o el Himno de la Legión. Cantar, cantaban pero muchos ni siquiera rezaban el Padrenuestro cuando el director espiritual de la corporación lo hizo tras leer una lectura de San Lucas.

Las tarimas estaban llenas de autoridades, personalidades y otros apadrinados. No cabían más personas en la plaza. Entre ellas el alcalde, la delegada de la Junta, el subdelegado del Gobierno, concejales, el presidente de la Agrupación, el pregonero de la Semana Santa, Antonio Banderas, o el jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, Fulgencio Coll. También había una representación de guardiamarinas, seis, en ausencia de la Armada.

Los legionarios configuraban una auténtica coreografía castrense, incluso en el rompan filas.