La Semana Santa se abrió camino en sus vidas como el veneno de una serpiente, poco a poco, sin prisa, sin agobios, pero esa picadura que al principio sólo era una afición se convirtió después en pasión, en oficio, en profesión, en un modo de existir y de presentarse ante el mundo, de explicarse a sí mismos. Hoy, son nombres sin los que no se entendería esa representación de la Pasión de Cristo que se hace cada primavera en las calles de la ciudad. Seis profesionales relatan a La Opinión de Málaga las dificultades de su oficio y sus aspiraciones, los anhelos y los sueños que les impulsan a seguir adelante.

En medio de una crisis económica sin precedentes, la Semana Santa puede convertirse en una locomotora que crea riqueza y empleo y genera un singular patrimonio artístico para la ciudad. Puede que a alguien no le guste que una Virgen se pasee con 40 kilos de oro en su manto, pero ese trabajo dio de comer a tres bordadoras durante todo un año. Se puede mirar con el prisma que se quiera, pero la Semana de Pasión atrae a millones de turistas cada año, los bares se llenan y las tiendas hacen su agosto en pleno abril.

Precisamente se creó hace poco una Cátedra de Estudios Cofrades en la Universidad de Málaga que financiará estudios sobre este fenómeno. Lo primero que se va a hacer es analizar el impacto económico del evento, la repercusión turística que tiene y cuántos profesionales conforman la industria auxiliar: bordadores, floristas, imagineros, orfebres, sastres, floristas, músicos... Saber quién come de esto es complicado, pero hay afortunados cuyo talento les permite hacerlo.

Joaquín Salcedo es uno de los bordadores con más prestigio de Andalucía. «Yo estaba en los talleres desde los 14 años, pero me dedico a esto desde los 24; estoy contento porque tengo un taller y jamás soñé con restaurar, crear o ampliar palios o mantos», dice.

Entre otros, este artista malagueño ha elaborado el manto de la Virgen de la Trinidad y el Palio de la Virgen de Gracia, pero borda guiones, estandartes, túnicas de cristos, paños de bocina, etcétera...

En su sector, Salcedo busca innovar. «Estoy especializado en la técnica de la seda», dice, al tiempo que explica que la hermandad aporta ideas, al igual que el artista, pero al final siempre se llega a un consenso. Ahora trabaja en un estandarte para Mena en el que ha implementado esa técnica. «Me gusta hacer cosas distintas, estar en constante evolución, que tengan vida y fuerza, paso del gótico al barroco y de ahí al rococó».

Indica, además, que debe echarle muchas horas a su trabajo, hasta doce diarias; «en el taller no puedes mirar el reloj». Diez personas trabajan para él.

Miguel Ángel Pérez tiene 46 años y desde los diez ayudaba en el taller en el que su familia elaboraba capirotes de cartón con una técnica artesanal. Su local está en la calle Malasaña, y todo el mundo le conoce como «el tío de los capirotes», una denominación que viene de una anécdota. En los años sesenta, un universitario contestó a la pregunta de un examen de forma peculiar; el profesor preguntó quién era Antonio Pérez, a lo que el estudiante contestó: «El tío de los capirotes», confundiendo el lumbrera al abuelo de Miguel Ángel con el secretario de Felipe II.

Capirotes que salvan vidas

Su abuelo, ligado a la Soledad de San Pablo, se quedó parado en 1916 y creó una pequeña fábrica de cartón en la calle Álamos. Antes, los capirotes venían de Madrid, pero el abuelo, desde 1917, le hizo ese motivo a casi todos los nazarenos de la ciudad. Su hijo recogió el testigo, y después Miguel Ángel.

«No da para vivir, pero la Semana Santa es una ayuda económica. El resto del año manipulamos cartón, cajas de cartón». Cartonajes Álamos realiza más de 1.500 capirotes cada cuaresma. «Hay gente que no ha venido en cuatro o cinco años, y a muchos capirotes hay que hacerles la ITV, necesitan un ajuste», señala.

El 2 de enero empieza a preparar el cartón. Las colas toman su local cada año, y en cinco minutos despacha al futuro penitente. «El capirote llega en planchas rectangulares de cartón, se corta en forma de cono, con un palo especial se enrolla a mano y luego se casa. Encolamos el pico y las tiras para darles consistencia. Tomamos medidas y le colocamos la tela para no equivocarnos», sonríe Pérez, que estos días es ayudado por seis miembros de su familia.

«Son dos semanas muy agobiantes, yo llego a las seis y me voy a las diez de la noche», afirma. Habla con pasión de su oficio, y recuerda cómo a su abuelo estuvo a punto de costarle la vida, ya que fue detenido al inicio de la Guerra Civil por hacer capirotes. «Lo soltaron porque había hecho capirotes para muchos de los que lo arrestaron», afirma.

Unas manos de oro

María Domenech tiene manos de oro. Lleva más de treinta años dedicada a hacer túnicas, sayas, sotanas para sacerdotes y monaguillos y hasta mantos. «Hice la túnica para mi cofradía, el Amor, y lo dejé todo. Tengo un taller familiar que no para de trabajar».

Hoy recibe pedidos hasta de Valladolid y ha elaborado el traje de los arcabuceros de Viñeros, una de sus creaciones más famosas. «Llevo una semana diciendo que no, porque no sólo trabajamos para Málaga, también mandamos cosas a Madrid y Barcelona. Se puede vivir de esto, pero no para tirar cohetes», cuenta con realismo.

«Para hacer esto te tiene que gustar la Semana Santa, tienes que estar enamorada de ella, hay que tenerle mucho cariño, y hacerlo con mimo y gusto; a mí encanta lo que hago, desde un monaguillo hasta una bandera para Vélez o la túnica de un niño», afirma.

El tallista y dorador Salvador Lamas y el imaginero Raúl Trillo son dos artistas que le vieron las orejas al lobo con la crisis y hoy en día le han plantado cara asociándose en la empresa Trillo y Lamas. Su lema podría ser servicios integrales para cofradías, pero hacen arte y la creación es indefinible, inasible, inexplicable.

«Nos conocemos desde hace muchos años, hemos colaborado, hicimos un trabajo para la hermandad de Las Peñas de Sevilla, quedamos contentos y empezamos aunando trabajos complementarios, lo que es una gran oportunidad para abarcar más terrenos. Con la crisis, la cosa está regular», dice Lamas. «Hacemos proyectos de retablo, el dorado y el estofado, y creamos tanto tronos como imágenes. Desde el dibujo inicial hasta la ejecución», señala.

Ahora trabajan en el Cristo del Perdón, que estará finalizado el año que viene. «Ahora estamos liados con los arbotantes», indica Trillo. La nueva cruz de procesión de Jesús de la Pasión es obra suya. Ha sido confeccionada en fibra de poliéster, lo que hace que pese menos y la imagen sufra poco. Han hecho otra cruz para la Piedad de Álora, y realizan varios trabajos para la archicofradía de la Sangre.

«Hemos presentado además proyectos para el nuevo trono de la Paloma, de la Pollinica y también para hacer el retablo o capilla de El Rico», precisa Trillo, mientras que su compañero explica: «Tenemos trabajo, pero hay crisis y muchas hermandades han cerrado el grifo; los precios se pelean hasta el máximo y hay que competir».

Raúl, el imaginero, se define como un escultor más clásico que huye de la corriente del hiperrealismo cordobés, nacida al albur de La Pasión de Mel Gibson: «Un Cristo chorreando de sangre no transmite pureza».

Lamas, por su parte, destaca: «La Semana Santa es una industria. La ciudad no se da cuenta de lo que mueven las cofradías».

Ahora, en Málaga se ubican los mejores talleres de bordado de Andalucía gracias al trabajo que ha hecho en este nicho de mercado la cofradía del Prendimiento con los desempleados.

Claveles para el Señor

Ángel Giles, de la Floristería Andalucía, empezó a los 18 años en el negocio, pero ya con diez ayudaba a sus padres a exornar tronos. «A los 18 tenía cinco cofradías, hoy tengo 15; hacemos el exorno floral de treinta tronos, entre los que están Humildad y Paciencia, Dulce Nombre, Cautivo, Rocío, la Sangre, Cena, Viñeros y Esperanza».

Es un auténtico consejero e innova continuamente: «Aconsejamos qué flores pegan, las montamos, las transportamos y las pinchamos», precisa. Un mes antes de Semana Santa, se reúne con todas las cofradías para determinar el exorno floral y veinte días antes se hacen los pedidos a Holanda, Ecuador y otros puntos de España. «Preparamos los pedidos para que las flores lleguen justo cuando han de hacerse los tronos; les cortamos los tallos, las entubamos y pinchamos los claveles en palillos de dientes; en total, echamos cuatro horas con cada trono empleando a cinco personas. Sólo puedo hacer dos cofradías al día», indica. Tiene nueve colaboradores.

La flor más demandada es el clavel. «Llegamos a 60.000 cada cuaresma». Y sí, se puede vivir de esto, pero ha de estar acompañado de la venta diaria de flores y de la confianza de la cofradía todo el año. «Hago pruebas a ver cuánto duran las flores en los tubitos, me rompo la cabeza constantemente», añade, al tiempo que afirma: «El mejor momento es cuando veo el trono hecho».