Así como el culto es intemporal, conceptualmente los tronos también, pues un paso procesional, en esencia, sólo es un altar diseñado para el culto en movimiento que encarna la procesión. Allá por el siglo XV, se trataba de sencillas andas que se agrandarían y enriquecerían en los siglos XVII y XVIII hasta imponer el modelo protobarroco que ha galvanizado la estética general de los pasos andaluces.

La ruptura formal, la abstracción y la deconstrucción del arte académico impulsadas por las vanguardias del siglo XX resultaron inadaptables al uso procesional por su quiebra de la figuración y su significado críptico, tan opuesto a la función didáctica de todo retablo, aunque ese retablo sea un trono, un altar que se mueve. El nuevo trono del Cristo de la Redención, de traza renacentista, decoración plateresca y escultura neoclásica, constituye la expresión estética de una concepción ética de la propia existencia del ser humano sólidamente definida por el Humanismo Cristiano del siglo XVI, cuya noción antropocéntrica del hombre como sujeto libre, aunque inserto en la creación divina, sigue fundamentando la cosmovisión y la moral básica de la civilización occidental: El ser humano es el centro de la creación, y cada persona es libre de aceptar o rechazar su salvación cara a la vida eterna mediante la Redención ofrecida por Dios a través del sacrificio de Cristo.

Así, arquitectura, iconografía y ornato, sólo son predicados del sujeto encarnado por el Cristo de la Redención, cuya advocación, causa última de la encarnación de Dios en ser humano, remite precisamente a cada persona como destinataria de esa oferta salvífica. Una persona, el espectador, que ha de elegir entre una senda de salvación o de perdición, plasmadas a diestra y siniestra del trono, utilizando libérrimamente dones presentados por proféticas sibilas como la Libertad, la Razón, la Pasión y la Conciencia.

Y una persona a quien tondos y cartelas interpelan, contextualizando su existencia mediante la narración de esa doble vertiente de una Historia Sagrada de la que ni siquiera el tecnificado hombre del siglo XXI puede abstraerse y en la que se confrontan virtudes y pecados, hasta que al final de la vida terrena cada sujeto sea sometido al pesaje de sus obras por Dios. Este trono plantea el drama existencial de cada ser humano, intemporal e individual, cuya única Redención posible es la ganada por Cristo, vencedor definitivo del Poder corruptor, la Peste de toda época, generadora de la Guerra, el Hambre y la Muerte, Jinetes del verdadero Apocalipsis cotidiano.