«Soy el señor Lobo, soluciono problemas», decía uno de los célebres personajes de Pulp Fiction, la deliciosa y familiar comedia de Tarantino, quien en otra vida tuvo que ser imaginero restaurador, dado su gusto por el realismo sangrante de sus escenas.

Que se sepa, ningún cabildo ha acabado con un cadáver en el coche, aunque si hacemos caso a lo que se publicaba en redes sociales respecto a la reunión cofrade del «que parece que anda», uno se imaginaba poco menos que la Franja de Gaza pero a ciriazos. Finalmente, resultó ser una simple disputa que acabó con presencia policial por unos insultillos, vamos lo normal. Como decía el admirado Sêpecer Trajftitovski: «El cofrade llega a la pureza, cuando a su hermano mayor llama... sinvergüenza (ovación cerrada)».

Ante tal espectáculo -que nos ha dado vida a la viperina cuaresmera- y posterior «ahí se quedai» del hermano mayor en funciones, a mamá Obispado no le ha quedado más remedio que recurrir al señor Lobo de nuestra bendita tierra, Carlos Ismael Álvarez.

Hombre con experiencia en estas lides, tuvo la papeleta de regir los designios en la gloria victoriana de la divina Novia de la ciudad del sol (aplausos y en pie por favor) tras unas elecciones muy cofrades, o sea, convulsas, que resolvió con diligencia.

Ahora, con el incienso en el cogote, se encuentra con el curioso fregao de encauzar una cofradía fracturada a. D (antes del divorcio), hacer una salida digna y llegar a unas elecciones en paz relativa. Como para dejar sonar el contestador cada vez que llaman de Palacio.

Lo de dar patadas a la palabra «hermandad» no es nada nuevo, casi cada año, algún bochorno de estos se cuela entre melosos pregones y carteles a mayor gloria del «ay por dió». Pero esto es algo inherente al mundo cofrade y va a peor. Imagino un siglo XXIV donde el señor Lobo será un Terminator con capirote que impartirá justicia al grito de «Sayonara miarma».