Fue el amor. Fue por amor. Al fin y al cabo, la Semana Santa es la conmemoración de la mayor manifestación de Amor, esta vez con mayúsculas, que ha conocido la historia. Rafael de las Peñas, se subió ayer a las tablas del Cervantes con el corazón abierto para proclamar su amor por la Semana Santa. Y cada reglón, cada verso, estaba impregnado de sentimiento. Consolidado con el paso de los años, avezado y experto, de rincones de penitencia repetida, pero también de trabajo diario en la albacería, al servicio de un fin común, alejado de egoísmos. Así entiende el pregonero vivir en cofradía. Y así lo transmitió ayer con un pregón, extenso pero exquisito, que encumbró el género.

No se podía esperar otra cosa de alguien que tan bien entiende los cánones cofradieros, pero que no descuida un ápice el fin principal. De alguien que se destaca por elevar majestuosos altares de culto «a la mayor gloria de Dios» pero que sabe que algo falla si solo moviera a los cofrades «la estética y la sensiblería».

Sin embargo, y pese a ser un cofrade clásico, su pregón no tuvo orden aparente definido. Se puede calificar de capicúo, puesto que empezó hablando del Cristo de la Redención y terminó con la Virgen de los Dolores, las imágenes titulares de su querida archicofradía. Hasta dejó los agradecimientos para las últimas páginas. La sensibilidad, en todo caso, estaba hilvanada. Cogida con esos mismos alfileres que utiliza para arreglar a la Señora de los Dolores con tanto esmero y maestría. Hizo, de hecho, un símil entre el arte de vestir a María y su pregón. Pliegues, rizos o bullones para hablar de las distintas imágenes titulares, recreándose en ellas, evidenciando lo que cada una dice al pregonero, yéndose y regresando en este repaso a las cofradías, advocación tras advocación.

Cofradías de ida y vuelta

Así lo hizo con varias cofradías. Con el Cautivo por ejemplo. Cantó a la Trinidad y extrañamente no dijo palabra del Señor de Málaga, al que tenía reservado un sitio de privilegio al final. Incluso después del Resucitado, como el Cristo de túnica blanca de la Transfiguración en el Tabor. Repitió este esquema con la Esperanza, a la que dedicó una décima con la que soñó un 18 de diciembre, con su Pollinica, con el Rocío, de la que hizo una destacada referencia a su próxima coronación canónica, haciendo «un esfuerzo para sujetar las riendas de su emoción» con la congregación de Mena, con un estremecedor Padrenuestro al Cristo de la Buena Muerte, o con la Expiración... «Ella es la más fiel definición de Semana Santa», dijo de la Virgen de los Dolores.

Siempre hay un antes y un después. Pero en el caso de los cofrades, ese antes y después tiene como referencia cada Semana Santa. El final de una significa el principio de la siguiente «frescas aún las flores en las ánforas, humeantes los pabilos de los cirios recién apagados». Y es una semana transformadora, según destacó De las Peñas. «Buscamos esquinas, subimos cuestas, transitamos por sitios siempre olvidados y que ahora son atajos que nos llevan a la gloria efímera del instante soñado». Y es una semana que hacen miles de personas, nombres ilustres y hermanos anónimos. Una larga lista de personajes que a todos suena porque los hay en todas las cofradías: artistas, benefactores, sagas familiares... pero también «aprovechados, listillos y cuaresmeros».

El pregonero, nazareno negro de una hermandad de silencio, considera sin embargo que «la música es parte inseparable de esta fiesta». Y resaltó la labor educativa que realizan las bandas en el seno de las corporaciones penitenciales.

Se detuvo para cantar a los barrios «que son parte de la Semana Santa (...) uno de los pocos elementos aglutinadores que les queda a estos enclaves». Cofradías de impronta inconfundible. Especialmente se centró en Capuchinos, de donde es el pregonero. Antiguo alumno salesiano, aunque el carisma de Don Bosco y la devoción a la Auxiliadora es algo que acompaña toda la vida. Un barrio mariano, en la Pasión y en la Gloria, y donde «en el vértice exacto que forman las agujas del reloj de nuestro tiempo, en el mismo ombligo de nuestros días todos, está, postrada y sola y con las entrañas rotas y muertas en sus manos, la Virgen de la Piedad, que es el dolor desgarrado de una madre hecho sublime escorzo en la madera».

De las Peñas se mostró responsable de mantener este «legado único» y no tuvo reparos a la hora de denunciar las actitudes poco edificantes que tanto daño hacen a las instituciones nazarenas y a la Semana Santa. «Piedras sobre nuestro propio tejado», según dijo. «Tomar de buena gana la encomienda, con la carga del cargo, con voluntad de servicio y no de servirse. Buscar el bien común, en solidaridad con el hermano, es la única forma de dar sentido y razón al término que nos define, al sentimiento y al ser cofrade», insistió.

Y volvió a mostrar su preocupación por la dirección que toman algunas cofradías, que pueden llegar a primar «lo superfluo hasta el punto de solapar e incluso olvidar lo esencial». Y aquí pronunció un bellísimo credo del pregonero, alejado de esa alabanza «a los becerros de oro de nuestro ego». Ídolos de barro, en todo caso.

Cofradías y jerarquía

No pasó ni mucho menos por alto las relaciones entre las cofradías y la jerarquía eclesiástica. Convencido de que los cofrades son Iglesia y forman parte activa de ella, el pregonero parafraseó al Papa Francisco, que pidió a los sacerdotes, a los pastores, que «huelan a oveja». «Me gustaría decirles que a los cofrades nos gustaría que olieran a incienso (...) y a las flores de nuestros tronos, y al aroma inconfundible de las albacerías o los archivos, al del esfuerzo de los dientes apretados en los submarinos y a la cera derramada por las calles», y aquí tuvo dedicatoria al alcalde. «Es lo que hay», dijo, en torno a los esfuerzos municipales por convencer a las cofradías de que usen otro sistema que no ensucie la calzada.

Trató, de soslayo, pero también estuvieron presentes en su pregón, polémicas de actualidad que afectan a la sociedad de hoy: el paro, los desahucios, el aborto, la inmigración ilegal... Obvió con elegancia hacer referencia al manto de flores de las Penas, «ese clavel que son sus labios en los que tiembla un suspiro que el pregonero se le antoja tan fragante que se olvida de cualquier otro flor que no sea Ella», dijo. Realizó una encendida y poética defensa de la túnica nazarena, explicando su significado y su contexto y resaltó las obras sociales y asistenciales de las cofradías, y las calificó como «el mejor trono de todos», haciendo un repaso por las principales acciones caritativas, como la Fundación Corinto.