Tras la conquista de Málaga por los Reyes Católicos el 19 de agosto de 1487, comenzó una nueva etapa histórica. En febrero de 1488 se creó el Obispado de la ciudad. El primer obispo de Málaga fue Pedro de Toledo, limosnero de la reina Isabel, la Católica, y fue éste el que mandó adaptar la mequita aljama o mezquita principal, cristianizando así dicho lugar, hoy día iglesia de Santa María -el Sagrario-, comenzada a construir en 1488.

Desde 1487, Málaga sufrió relevantes cambios en su trazado urbano. Se abrió un eje longitudinal al que se añadió otro transversal, en sentido noroeste-suroeste, cruzándose ambos en la plaza de las Cuatro Calles, luego plaza Mayor de la ciudad, hoy día plaza de la Constitución. Con la apertura de la calle Nueva se comunicaron la plaza Principal y Puerta del Mar. En torno a estos dos ejes se configuraron las cuatro primeras parroquias: Santa María; la iglesia de Santiago, comenzada a edificar el 25 de julio de 1490; la de los Santos Mártires, San Ciriaco y Santa Paula en 1491 bajo la advocación de los hermanos cristianos martirizados en época romana por profesar la fe católica; y la iglesia de San Juan, en la zona donde se asentaba la población musulmana y el zoco y donde se ubicó el vecindario cristiano.

Llegan las órdenes religiosas. De la misma manera que se construyeron varias iglesias parroquiales para asistir a la feligresía, Pedro de Toledo atrajo a distintas órdenes religiosas para cristianizar a la población, autorizándolas para que fundaran sus asentamientos en la diócesis. Estas órdenes fueron:

Los Franciscanos, los primeros en asentarse en 1489. Fundaron el convento San Luis El Real, que llegó a convertirse en uno de los conventos más recurridos y preferidos para las cofradías y sus enterramientos. Cofradías fundadas en este convento franciscano son Vera+Cruz en 1505; Ánimas y Ciegos, datada a mediados del siglo XVI; Pura y Limpia Concepción a principios del siglo XVII; Jesús el Rico; Jesús el Pobre; Jesús de la Humildad y Paciencia; Azotes y Columna; Oración en el Huerto y Esclavitud de Nuestra Señora. La desamortización de Mendizábal en 1836 propició que las cofradías tuvieran que buscar otras sedes.

Los Trinitarios fundan el Convento de La Trinidad en 1491, sobre el solar que albergó el campamento de la reina Isabel la Católica, también conocido como Convento de San Onofre de Padres Trinitarios Calzados. En torno a este enclave religioso, se originó el barrio de la Trinidad a extramuros de la ciudad medieval.

Los Dominicos fundan el Convento de Santo Domingo de Guzmán. Su origen data de 1494. En el primer tercio del siglo XVII, comienza la andadura de la cofradía del Cristo de Cabrillas.

Los Mínimos. En 1493 los frailes Mínimos fundaron en Málaga el Real Convento de Nuestra Señora de la Victoria, casa matriz de la orden en España que haría extensivo este nombre a todas sus casas.

Los Mercedarios llegan en 1499 y su primer asentamiento fue en el cerro de Gibralfaro, hoy denominado Camino Nuevo. Debido a la proximidad con la playa y a los constantes saqueos por parte de corsarios que desembarcaban en las cercanías, los religiosos se vieron obligados a solicitar al obispo un lugar más céntrico y seguro en el que poder llevar a cabo una vida religiosa y sosegada. El lugar elegido fue la actual plaza de la Merced, por entonces situada «frente a la Puerta de Granada». La adjudicación del terreno fue confirmada por la reina Juana de Castilla, el 12 de noviembre de 1507 y por el papa Julio II, el 10 de abril de 1508. En su templo albergó numerosas hermandades como la Archicofradía de la Sangre, Viñeros, Llagas y Columna, Gitanos, Humildad, la Cena, Descendimiento y Piedad. En su sacristía se fundó la Agrupación de Cofradías de Málaga en 1921.

Los Agustinos. Su fundación en la ciudad de Málaga data de 1575. La hermandad de Nuestra Señora de las Angustias fecha su sede canónica en 1589. Bajo su protección se fundaron cinco hermandades filiales.

Los Carmelitas. Durante más de 250 años (desde 1584 a 1836), los Carmelitas estuvieron íntimamente ligados al barrio del Perchel de Málaga, donde instalaron su primer convento. Las cofradías establecidas en la iglesia del convento a lo largo de su historia también han contribuido a enriquecer la propia vida del mismo. Actualmente, se tiene conocimiento de la presencia de varias cofradías (Hermandad de San Telmo, Hermandad de la Santa Cruz, Cofradía de los Hermanos de Santa Elena...), más de las que, en principio, sería de esperar tratándose de un convento de clausura. A mediados del siglo XVIII la iglesia conventual sufre una nueva remodelación, adquiriendo el templo una mayor complejidad espacial, ya que al recinto de un principio se van edificando numerosas capillas, laterales a él adosadas. Unas capillas fueron construidas por la propia comunidad o por malagueños vinculados de alguna manera a la Orden, con la finalidad de ser usadas como criptas de enterramiento, pilas bautismales o sede de cofradías (como es el caso de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Misericordia).

Evangelización. Según narra el doctor Jiménez Guerrero en su Breve Historia de la Semana Santa de Málaga, en estas fundaciones religiosas iba intrínseca la idea de plasmar de una forma práctica la expresión religiosa de los conquistadores, a la vez que se adoctrinaba en la fe católica a los habitantes de la ciudad; implantando el modelo ya existente del fenómeno pasionista de las hermandades y relacionado con actividades socioprofesionales, surgido en el siglo XII en las ciudades medievales castellanas.

La proliferación de nuevas fundaciones va de la mano de la aparición de las hermandades, que sirvió para activar los encargos de imágenes, con el fin de exaltar los sentidos ante la devoción. La explicación de esta continuidad en el tiempo hay que buscarla en la base del pueblo que es quien funda la cofradía, la desarrolla y la mantiene por cuestiones sociales, por intereses gremiales, patronos nobiliarios o el impulso de las órdenes religiosas con el fin de aglutinar la devoción de este grupo humano.

Las funciones de las primitivas hermandades eran rendir culto a la imagen titular, participar de su procesión anual, si es que pudiera llevarse a cabo, ya que era prioritaria la asistencia a sus hermanos y dar cristiana sepultura a los miembros de la corporación.

Primeras hermandades. Las primeras corporaciones surgen poco tiempo después de la conquista. El origen de nuestra Semana Santa comienza con las hermandades de la Sangre, Vera+Cruz y Ánimas de Ciegos, con ellas se inicia el proceso litúrgico que perdura hasta la actualidad.

A comienzos del siglo XVI se viven momentos de religiosidad exaltada, hecho que la Iglesia desaprueba por la vulgarización del culto de las imágenes y las reliquias. A mediados del siglo, las cofradías defendieron su fe, amenazada con las reformas luteranas y la escisión de la Iglesia católica. Ya existían procesiones de penitencia, pero es a partir de aquí cuando se organizan en los días de la Semana Santa. Se reproducen, a la vista de todos y con la participación de todos, los misterios de la Pasión y Muerte del Salvador en una catequesis impresionante de fe y amor. El fervor de los penitentes y el arte de los imagineros dejan una profunda huella en los devotos. Estas imágenes son la expresión religiosa de un pueblo que, en definitiva, no es ajeno al dolor y al sufrimiento. En el siglo XVII se consolida el modelo de cofradía penitencial. Numerosas hermandades de esta época surgen de una población inmersa en epidemias, guerras, terremotos, buscando en la religión el consuelo y el auxilio ante tanta adversidad.

La creación de hermandades filiales venía a incrementar el número de hermanos, por lo tanto, con una mayor fuente de ingresos se aseguraban acometer los enterramientos de los cofrades

Procesiones consolidadas. La celebración de las procesiones en Semana Santa se llevaban a cabo para rememorar la Pasión y Muerte de Jesucristo y acudir a la Santa Iglesia Catedral. Todas las procesiones se dirigían a la Catedral y a la plaza de las Cuatro Calles. Aquí se unían lo religioso y lo popular. A través de las imágenes se conseguía catequetizar a la población y hacer brotar sentimientos. Del siglo XVIII son numerosas tallas anónimas de dolorosas malagueñas que reproducen el canon de belleza que invita al recogimiento y a la oración.

Los nobles cedieron el uso de las capillas familiares que poseían en conventos e iglesias, junto con donativos y enseres para procesionar. Las tareas asistenciales de las hermandades han perdurado hasta nuestros días. Tuvieron su fase de decaimiento por tantas vicisitudes acaecidas, pero se mantuvieron a lo largo de los años.

Nuevos espacios cofrades. Entre el siglo XVIII y siglo XIX, encontramos nuevos lugares de fundaciones de hermandades malagueñas. Serán las capillas callejeras o ermitas surgidas por iniciativa popular para el rezo del Santo Rosario. Capillas como la de los Dolores del Puente, Zamarrilla o la de la calle del Agua son algunos ejemplos. Tras la desamortización y posterior venta de los bienes de la Iglesia, muchas hermandades nacidas en el seno conventual se trasladan hasta las distintas iglesias. En el siglo XIX el cambio en las hermandades fue profundo. Descienden de manera considerable los ingresos, algunas corporaciones desaparecen y otras cesan sus funciones. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo, nacen nuevas hermandades como la del Cristo de la Misericordia o la del Cristo de la Buena Muerte. Con la prohibición de enterrar en las criptas de las iglesias, las labores de enterramientos de las hermandades continúan en el cementerio público de San Miguel, adquiriendo diversos solares las distintas corporaciones.

La Semana Santa moderna. A comienzos del siglo XX, y en concreto en los años 20, se vive un resurgimiento de la Semana Santa. La identificación o apropiación, en cierta medida, perdura en la actualidad, todos nos sentimos, en cierta forma, poseedores de nuestras imágenes.

La Semana Santa tal y como la entendemos hoy día surge en los años 20. La Agrupación de Cofradías de Málaga se crea en 1921 por el hermano mayor de la Sangre, Antonio Baena Gómez. En 1923 se llevó a cabo la idea de un cartel anunciador, que publicitara este importante acontecimiento en la ciudad. La propia Academia de Bellas Artes de San Telmo elogiaba la labor: «a la Asociación de Cofradías y, en particular, a su insustituible Presidente Excmo. Sr. D. Antonio Baena Gómez, por la brillantez de las procesiones de Semana Santa, modelo de buen gusto y exhibición de belleza artística que enaltece a esta capital, colocándola a gran altura».

Los hechos del 1931 y la Guerra Civil dan al traste con la voluntad de atesorar un importante patrimonio. Cuando se pierden las imágenes, se pierden los referentes. A partir de los años 40, el florecimiento en años de escasez y precariedad hacen que se definan ciertos aspectos de nuestra Semana Mayor: la exuberancia, la grandiosidad, las dimensiones de los tronos, los larguísimos mantos de las Dolorosas, aunar todos los recursos para conseguir la emoción. Los fatídicos acontecimientos hacen resurgir, no sin dificultades, a muchas hermandades, que incluso no se reorganizan hasta los años setenta y ochenta, surgiendo también otras nuevas que vienen a engrosar a los jóvenes y a la participación activa de la mujer en la Semana Santa malagueña.

Carácter propio. La alianza entre lo estético y lo religioso define la religiosidad andaluza. El barroco hace suyos símbolos medievales y renacentistas, calando en la sociedad de la época y que heredamos hasta nuestros días. Todos los estilos conviven sin interferencias. Nuevos tiempos y nuevas inquietudes hacen que confluyan en esta singular celebración religiosa, Historia, Antropología, Arte. El reflejo de la sociedad misma. En 1965 se declaró como Fiesta de interés turístico. Años después, el 16 de febrero de 1980, la Semana Santa de Málaga fue declarada de Interés Turístico Internacional, ya que conseguía aglutinar el carácter religioso, social y cultural obteniendo gran importancia y un gran atractivo turístico.

La Semana Santa de Málaga no está hecha solo para ser vista, sino que está hecha para ser vivida. Esta afirmación del padre Federico Gutiérrez en los años 70 pone de manifiesto esa exaltación por vivir de manera singular la Semana de Pasión en nuestra tierra, que hoy, cuarenta años después, sigue vigente. Seguía el sacerdote afirmando: «¡qué difícil es que el simple turista, el que se contente con ser espectador con ver pasar pero sin vivir, sin amar, pueda llegar a comprender la Semana Santa malagueña! No le pongáis trabas y cortapisas al cariño. Cuanto más desmesurado, mejor. Que la medida del amor al Señor y a la Virgen es amarlos sin medida. No se os ocurra hacer comparaciones con otras Semanas Santas. Hay muchas cosas en las cofradías que no se ven con los ojos de la cara, y son precisamente las más importantes, las que se ven con los ojos del alma».

Las cuarenta y una hermandades miembros de la Agrupación de Cofradías son las que imprimen el carácter y la singularidad a nuestra Semana Santa, cada una de ellas con sus señas de identidad pero todas con un mismo fin, glorificar a Nuestro Señor Jesucristo y a su Bendita Madre, la Virgen María.