Nos asaltas por sorpresa desde tu letargo, con tu consabida y consentida impertinencia. Te esperamos plenos de incertidumbre, sin saber si en nuestros brazos abiertos cabrá tu universo. Nos vienes sin avisar, avanzando tu cruz guía por la calle primera de nuestra historia. Intentamos contener tu alumbramiento en la belleza de esperarte, pues en esperarte está una inmensa parte de tu belleza. Llegas posando tus alforjas de vivencias para desparramarlas en nuestro cuento de siete días. Te recibimos con el corazón aturdido ante la incierta digestión de cuanto, por ser intangible y etéreo, la razón ni siquiera atisba.

Y aquí estás, con la víctima de una cuenta atrás pendiendo sin vida bajo tu brazo y Tú vuelta a la vida. Y aquí estamos, con la sonrisa casi bobalicona que replicamos desde la niñez al advenirte murmurando tu santo hechizo por las esquinas. Y aquí estás, con el pabilo aún virgen de tu cirio de una semana, con la corneta aún muda, con las palmas aún enhiestas, con la túnica aún impoluta. Y aquí estamos, estudiando la eterna asignatura pendiente de explorar la mínima escala temporal para piropearte, que ni todos los segundos de una semana son suficientes para enamorarte. Y aquí estás, trotando a lomos de un pollino. Y aquí estamos, con la cruz en la que morirá nuestra efímera ilusión. Y aquí estás, con un clavel entre las manos. Y aquí estamos, intuyendo que pronto marchitará a los pies de María. Y aquí estás, vestida de domingo. Y aquí estamos, vestidos de tierna infancia.

Tú, que has pasado un año irrumpiendo en nuestro pensamiento a deshoras. Nosotros, que hemos pasado un año imaginando cómo serías al volver. Tú, con tu libro de páginas desnudas. Nosotros, con sangre caliente para escribirlas. Tú, tan malacostumbrada a tenernos disparando inquietudes a las alturas. Nosotros, que secaríamos las nubes para que nada perturbe tu primavera recién parida. Tú, tan inexplicablemente hermosa que hay que verte con la mirada desnuda para entenderte. Nosotros, tan desesperantemente torpes que nunca seríamos capaces de narrarte al peregrino que venga a ciegas a postrarse a tus pies. Tú, siempre puntual. Nosotros, siempre trabados por el tiempo lanzándose a nuestros talones.

Y tú, que pronto serás estirpe nazarena languideciendo camino a su templo. Y nosotros, que pronto seremos pasto de tus noches y ceniza consumida de tu raudo calendario. Y tú, que te irás vistiendo de misterio retornando a su barrio entre ascuas bailonas y sombras abstractas en las retinas. Y nosotros, que hallaremos un espejo para nuestro espíritu en las almenas vencidas de tus candelerías. Y tú, que serás pórtico cerrando sus fauces mientras engulle unas bambalinas a punto de petrificarse. Y nosotros, que en un suspiro seremos beso íntimo remitido a una Virgen que nos vuelve su cara cansada.

Por todo ello, Tú, que tienes apellido sagrado para un nombre de pila de siete días reunidos; Tú, que instauras el vértigo de tu venida a la hora en que Tú y solo Tú decides; Tú, que has vuelto a hundir tu manos en todos y cada uno de nuestros pechos para examinar qué despiertas en nuestros adentros; Tú, tan añorada como volátil, ahora que has vuelto, has de saber que aquí nunca dejamos de quererte. Tú, la de la sonrisa. La sonrisa que nos quita y alimenta el sueño.

Tú, Semana Santa, que nos devuelves a la niñez: gracias por volver.

@Miguel_228