Leo, con asombro, que la Asociación Europa Laica piensa recurrir al Tribunal Constitucional contra las sentencias de la Audiencia Nacional y del Tribunal Supremo que confirman la legalidad de la concesión en 2014 de la Medalla al Mérito Policial a la Virgen del Amor por el Ministerio del Interior. Se ve que tales laicistas andan tan sobrados de tiempo y dinero como de tenacidad.

Primero fue el Sindicato Unificado de Policía el que criticó la dádiva de esa condecoración más por la categoría máxima de la medalla que por la naturaleza del acto. Después dicha Asociación Laica entabló su batalla judicial y entre tanto un partido llamado Soberanía perdió una querella presentada por igual motivo contra el ya exministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, que fue quien concedió la distinción con carácter honorífico. Menos mal que la medalla fue sólo honorífica; de ser pensionada, el asunto acaba en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Bromas aparte, el enredo de una cuestión en sí anecdótica invita a reflexionar. Por un lado, cabe pensar, ¿qué necesidad hay de dar galardones civiles a imágenes que, por muy sagradas y muy queridas que nos sean a muchos, no dejan de ser esculturas?... La Virgen María, la de veras, convendremos los creyentes en que está muy por encima de dignidades terrenales. ¿Para qué, pues, otorgar -y aceptar- honores gubernamentales a iconos religiosos? ¿No primará el protocolo humano más que el fervor a lo celestial?

Por otra parte, ¿la simple concesión de una medalla a la dolorosa de una cofradía es tan relevante y tan transgresora de la aconfesionalidad del Estado? ¿La entrega de una distinción meramente honorífica ofende o daña a alguien? ¿Es razonable que altos tribunales dediquen tiempo a esta fruslería? ¿No responderá tanto litigio a demagogia ideológica? Y, si así fuera, ¿qué pintan las hermandades, o sea qué pintamos los cofrades o nuestras imágenes devocionales, en ese embrollo?...

Recuerdo lo que ya pensé y escribí hace cuatro años al respecto: para evitar confusiones, Jesús nos dejó claro que su Reino no es de este mundo, y también su Santa Madre nos proclamó que Dios la enalteció porque contempló la humillación de su esclava. Nada que ver con nuestra feria de las vanidades.