La lluvia de los últimos días ha dejado el aire limpio y el olfato se ha agudizado buscando en el viento algunos aromas olvidados y alguna respuesta en el viento, Dylan dixit. Tenemos en la nariz el más olvidado de los sentidos, según dejó escrito Patrick Süskind en su «perfume». Su protagonista, Jean-Baptiste Grenouille, nace en la más pestilente de las cunas y tiene el don del olfato más desarrollado de su especie.

Como un superhéroe de Marvel, su pituitaria esculca el futuro en el aire del presente buscando la aromática pócima del amor absoluto. Nosotros, más humanos, nos dejamos querer en esta Cuaresma por el hechizo del incienso, ya personalizado para cada devoción, para asomarnos como turistas invitados al balcón de la divinidad.

Huimos de nuestra condición pecadora guiados por nuestro apéndice nasal por los recorridos procesionales y, al final, siempre cogemos el atajo del pecado dando buena cuenta de una sabrosa y aromática torrija, si eres cofrade, o de un shawarma callejero y grasiento si lo tuyo es ser un mero espectador de tanta cera derramada en el asfalto laico de nuestra vía dolorosa. La absolución vendrá de la mano de nuestro dietista o nuestro cardiólogo.

Ninguna época del año es mejor para que nuestro olfato se sitúe al frente de nuestros sentidos. En ningún acto, culto o espectáculo los olores son mas importantes que en esta, casi primaveral, Cuaresma, ni las flores de nuestros altares y tronos están mas predispuestas a hacerse presentes como ahora.

Sacamos de los armarios las túnicas que huelen a pasado y tradición y el olfato nos hace un «Instagram» en sepia de aquellos monaguillos que fuimos y de aquellas campanilleras de impecable toque de las que nos enamoramos. Olemos los templos y en la boca sentimos aquella sagrada forma de nuestras primeras comuniones y nuestra lucha porque no quedaran adheridas al infantil paladar.

En las casas de hermandad se respira el aroma familiar de nuestra vida cofrade. En la Esperanza las tertulias de tarde-noche nos servirán para recordar la gracia natural de Juan Antonio Bujalance y el aroma a grandeza que nos ha vuelto a traer la custodia de su padre. En el Rocío, se percibirá la tristeza en el olor de la candelería por la ausencia de Esteban Ribot cuando el Nazareno vuelva a San Lázaro, Los pigmentos de su policromía se mezclarán en el perfume único de su reestreno. En la Trinidad, las lágrimas de los músicos de la Sinfónica huelen a pan trinitario y mejilla de abuela mientras sus notas se entrecortan cuando se ponen ¡A tus pies!

La meta se acerca a una velocidad vertiginosa y el aire se convierte en el crisol en el que se va cocinado el ambiente que rodeará a nuestras imágenes. Será una semana mágica en la que la calle será nuestro hogar, nuestro restaurante, nuestro pequeño tarro de las esencias.

Las fragancias cotidianas del caramelo caliente de las manzanas, del ácido de los limones «cascaruos», del incienso de los devotos, de la cera de los penitentes, del sudor en los tronos y el olor del terciopelo, el damasco y el ruan de las túnicas estarán presente en la cera del cirio pascual que anunciará la resurrección en la madrugada de nuestra Catedral.

Esperemos que, para entonces, la lluvia sea solo el sueño de nuestros pantanos prestos a vivificar nuestros campos de uvas y trigo con el que hacer el pan y el vino de la esperada eucaristía.