Con el tiempo, el fenómeno de las prohermandades se ha convertido en un asunto de particular relevancia, superando la veintena de «realidades» cofrades que durante estos días celebran su salida, sacando los primeros nazarenos a la calle a dos semanas del Viernes de Dolores. Se trata de una Semana Santa B fuera de fecha y del circuito convencional, que ha logrado prosperar hasta el punto de movilizar participantes, público, recursos y hasta cobertura informativa más allá de toda expectativa o cálculo que pudiésemos haber previsto hace unos años. Tanto es así, que el peso de estas procesiones viene a competir con la ya asentada celebración de los desmesurados traslados; otra de las ramificaciones del auténtico y verdadero acontecimiento que nos convoca.

Valorar todo esto con generalidad y bajo un mismo titular podría parecer injusto, por otra parte, pues existen casos justificables o prometedores de vida cofrade, tal como la entendemos. Pero lo cierto es que, en conjunto, este colectivo nos lleva a la conclusión de que se ha sobrepasado el límite de lo cabal. En primer lugar, porque no puede entenderse la existencia de un grupo que pretenda erigirse como hermandad al margen de la Iglesia -entendida como comunidad y, por supuesto, como jerarquía-, ni puede admitirse el culto de imágenes en locales o estancias fuera de los templos. Cierto es que no ocurre así en todos los casos. Pero, en segundo lugar y con carácter más mayoritario, porque la imagen proyectada en numerosísimos casos por la falta de decoro, el bajísimo nivel estético o de calidad artística -lo cual no va reñido con la austeridad o la escasez de recursos del principiante- y la ligereza a la hora de promover advocaciones, representaciones o iconografías que rozan en ocasiones lo disparatado, hacen cuestionarnos el sentido y la valía de estas manifestaciones públicas.

Contexto este muy distinto al de nuestras cofradías cuando daban sus primeros pasos, al de nuestras hermandades «de vísperas», las de siempre, en el centro o en los barrios. Es necesario que nos hagamos cargo de la distancia conceptual entre lo que una cofradía debe ser y lo que estas prohermandades son.