Hace un par de semanas estuve tomando café con Vicen Gallardo, hermano de la cofradía del Puerto de la Torre. Nada más verme, me abrazó y acto seguido me obsequió cariñosamente con un boletín de su cofradía recién salido de imprenta. Mientras le echaba un ojo por encima, mi amigo me iba actualizando con las novedades de su hermandad; los actos por el 25 aniversario de la hechura de su Virgen, el ilusionante proyecto del palio y también, por qué no decirlo, las limitaciones y barreras que la junta tenía que sortear para sacar adelante todo lo anterior.

Los cofrades no agrupados (y los de Gloria) siempre me han despertado una admiración especial. Dirigir una hermandad sin una fuente de ingresos fija supone un reto -y una losa- a menudo infravalorada. Si ya de por sí es sacrificado gobernar una hermandad agrupada, lo de Dolores de Churriana, el Puerto e incluso Medinaceli merecen una mención aparte, pues éstas necesitan triplicar sus ingresos a base de ingenio y de echar más horas que nadie tras las barras de casetas en fiestas de colegios y ferias. Creo que la Agrupación y la Diócesis deberían estudiar el modelo de otros consejos de hermandades que son inclusivas con este tipo de corporaciones, que aunque no pasen por el recorrido oficial, reciben su porción del pastel para poder emprender sus proyectos con mayor desahogo y previsión.

Si de verdad nos creemos que la Semana Santa cumple una misión evangelizadora, ayudar a estas hermandades con una asignación económica sería un acto justo y necesario. Si partimos de la base de que las cofradías en Andalucía son el principal puente entre el pueblo y la Iglesia, creo que el papel de estas corporaciones es vital en la actual configuración urbana, ya que, al estar enclavadas en barrios muy periféricos, actúan como foco de fe en zonas con alta densidad de población y escasísimos espacios de culto. Tal vez, si cada barrio o distrito contase con una cofradía fuerte, (y me refiero más al factor humano que al patrimonial) la necesaria acción pastoral, tan reivindicada por el papa Francisco, sería más eficaz y recogería mayores frutos. El Puerto y Churriana, particularmente, llevan años sumando y aportando a su entorno. Quizá, la antigüedad de décadas, la implicación en la parroquia y la obra social pudieran ser muestras de madurez suficientes para que las altas esferas eclesiales y cofrades de la ciudad buscasen la fórmula para echar un cable a las hermandades de barrio más sólidas para que pudieran continuar «sembrando» en su área de influencia. Estoy convencido que el futuro de la Iglesia pasa necesariamente por compartir la fe en comunidades pequeñas, y las cofradías de barrio -las serias y las que piensan más allá de la procesión anual- van a tener mucho que decir en este nuevo siglo (si saben captar a sus vecinos, claro).

Y la pregunta final; ¿Y si estas cofradías fueran capaces de «atraer» a esos cofrades potenciales de nueva generación que se les escapan a las del Centro? Vayan a verlas el Viernes de Dolores. Puede que dentro de una semana nos den más de una respuesta.